La dinastía omeya se extendió entre los años 661 y 750. La capital del islamismo se trasladó desde Medina a la ciudad de Damasco, donde los omeyas crearon una realeza árabe, introduciendo el principio de que cada califa, antes de fallecer, designaba a su hijo como heredero. El sistema administrativo y fiscal que instauraron ayudó a incrementar la riqueza del imperio mediante el cobro de mayores impuestos a los súbditos no musulmanes de los territorios anexados.
Bajo los omeya floreció la arquitectura musulmana, con la creación de las grandes mezquitas de Damasco, Medina y Jerusalén.
Durante los cien años que duró esta dinastía, los califas tuvieron que enfrentar una serie de problemas. Algunos de ellos fueron el antagonismo entre la Arabia del norte y la del sur; las luchas contra los rebeldes jariyíes y contra un grupo que reunía a muchos descontentos que pretendían centrar el poder califal en Arabia. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, los omeyas crearon los cimientos de la civilización musulmana, que derivó en un desarrollo de las ciencias jurídicas y teológicas, disciplinas que alcanzarían su máximo auge durante la siguiente dinastía abasí.
Bajo la dinastía omeya el imperio musulmán alcanzó su máxima extensión. Conquistaron Tripolitania (Líbano), el Magreb y sometieron el norte de África entre 697 y 707.
A principios del siglo VIII los árabes atacaron Europa; atravesaron el estrecho de Gibraltar y penetraron en España, donde triunfaron con facilidad frente a los visigodos. De la península ibérica pasaron a la Francia merovingia; pero los galos se prepararon y les impidieron el paso. Comandados por Carlos Martel, duque de Austrasia, lograron derrotarlos en las batallas de Tours y Poitiers, recordadas hazañas de la historia europea que detuvieron el avance de los árabes.
En oriente lograron el sometimiento de Persia, Afganistán, Transoxiana (Asia Central) y el Turquestán chino. Además, lograron penetrar por el norte de la India. De esta forma, el Islam se extendió desde las fronteras de China hasta el océano Atlántico, transmitiendo su religión y cultura en una vasta zona.
En los lugares donde dominaba el Islam, los judíos y los cristianos eran considerados como personas de inferior categoría. Dentro de este grupo de segunda clase también se incluyó a los zoroastristas de Persia, que creían en el profeta Zoroastro o Zaratustra.
Los conflictos internos suscitados durante la dinastía omeya fueron producto del enfrentamiento con las tendencias que criticaban el abandono de las primitivas tradiciones del Islam. Fue así como los chiitas se organizaron como un grupo opositor al poder omeya, al que consideraban ilegítimo porque no había respetado algunos conceptos de la religión musulmana. Pero los califas supieron aquietar estas crisis, y en el 680, Yazid I terminó con una rebelión de Hussein, hijo de Alí, personaje que se convertiría en mártir de los chiita. Este acontecimiento es todavía recordado por los chiitas en Irán e Irak, con procesiones de flagelantes y con la representación de las escenas.
Luego del califa Walid I, el caos en el imperio se hizo cada vez mayor, y la dinastía declinó. Fue así como los rebeldes de Josarán e Irak lograron derrotar a la dinastía omeya en 750. Uno de sus miembros, Abd al Rahman (conocido también como Abderramán, Abderrahmán o Abdelrahmán) logró huir y refundar en la ciudad de Córdoba (756), en la península ibérica, este mismo califato, reinando como emir hasta su muerte.
Sunníes y chiitas
La mayoría de los musulmanes se autodenomina sunníes o sunnitas, palabra que deriva del árabe sunna, y que significa acción corriente o costumbre, referida a la conducta de Mahoma y de sus compañeros. El Corán y la Sunna son los modelos de comportamiento equivalentes en la vida y en los actos de cada musulmán.
Los chiita forman una minoría en el Islam. Consideran a Alí ibn Abu Talib -primo y fiel partidario de Mahoma- y a sus descendientes como únicos califas legítimos. Alí junto a sus sucesores son considerados imanes o guías de la comunidad de fieles, y son venerados casi con la misma fe que el profeta.
El yihad o Guerra Santa
Uno de los principios del Islamismo se basa en el concepto de Guerra Santa o yihad. Este término árabe debe entenderse como ‘el máximo esfuerzo’ de una persona para conseguir un objetivo determinado, en este caso religioso, siendo este normalmente una lucha contra cualquier cosa que no sea buena. Tradicionalmente, existen dos tipos de yihad para la mayoría del pueblo musulmán: el mayor y el menor. El yihad mayor se conoce también como yihad al-nafs, y es entendido como una lucha interna, individual y espiritual, en contra del vicio, la pasión y la ignorancia. El yihad menor tiene el sentido de guerra santa en contra de las tierras y súbditos considerados infieles o no musulmanes. Ambos poseen significado legal y doctrinal, en cuanto son prescritos por el Corán y los hadiths (dichos y acciones atribuidos al profeta Mahoma, a los que se concede una condición semejante a la revelación). Tradicionalmente, la ley musulmana ha dividido el mundo en dos partes: dar al-islam (morada del islam) y en dar al-harb (morada de guerra; es decir, donde rige la ley no-musulmana).
Los musulmanes que mueren en el yihad automáticamente se convierten en mártires de la fe y tienen prometido un lugar especial en el paraíso. De acuerdo con los libros de leyes, existen dos tipos de enemigos no musulmanes: el kafir (pagano) y el ahl al-kitab (los pueblos del libro). Pero el territorio que iba desde la India hasta el océano Atlántico -máxima extensión que alcanzaron las conquistas musulmanas- era demasiado vasto y diverso para que el Imperio Árabe pudiera mantenerse unido mucho tiempo.