Si los estratos señalan direcciones opuestas en relación a la parte media, se denomina anticlinal. Se debe destacar que tanto los sinclinales como los anticlinales no constituyen formas de relieve sino que son maneras de disponerse de las capas sedimentarias o estratos.
Aunque la erupción de un volcán puede provocar movimientos sísmicos, estos por lo general son localizados y menos intensos que los de origen diastrófico.
Los terremotos ocurren en forma de sacudidas. La principal puede ser más extensa y durar desde varios segundos hasta dos minutos. Antes de esta puede haber pequeñas sacudidas de menor intensidad. Si estas se producen después de la sacudida principal se les llama réplicas.
El punto donde se origina el terremoto -en el interior de la Tierra- se denomina hipocentro, y el punto que está encima del hipocentro, pero a nivel de la superficie terrestre, epicentro. Desde el epicentro surgen las ondas sísmicas superficiales causantes de las mayores catástrofes.
Es importante señalar que un sismo es un movimiento de tierra producido por el acomodamiento de las rocas de la litósfera. Cuando el sismo sacude con gran intensidad la Tierra se denomina terremoto.
Los terremotos pueden ocasionar grandes alteraciones en el relieve, como grietas y avalanchas, pero también variaciones en los cursos de agua. Por ejemplo, cuando los terremotos se producen en los fondos oceánicos o cerca de la costa se pueden originar grandes olas conocidas como tsunamis, que devastan enormes zonas, e incluso pueden recorrer grandes distancias hasta llegar a territorios que normalmente no son alcanzados por el mar.
Los sismos se miden según dos escalas: de Mercalli, que mide los efectos de un sismo y cuya escala va de 1 a 12 grados; y la de Richter, que mide la energía liberada por un sismo.
Las erupciones volcánicas ocurren cuando, a través de aberturas o grietas de la corteza terrestre, ascienden hasta la superficie materias incandescentes, gases y cenizas. En el interior de la Tierra hay rocas que se encuentran a una alta temperatura, denominadas magma. A pesar de esto, el magma se encuentra en estado sólido por acción de la fuerte presión ejercida por las capas superiores de la litosfera, pero puede ocurrir que algún movimiento diastrófico haga variar esta presión, con lo que el magma recupera su estado líquido y tiende a subir. Como la temperatura que posee es tan alta, en su ascenso funde las rocas de las capas superiores de la litosfera, pudiendo llegar a la superficie y provocar una erupción volcánica. El magma sube a través de una chimenea, cuyo extremo superior se llama cráter.
El volcán, entonces, puede definirse como una abertura de la superficie terrestre por la cual se expulsan rocas fundidas (lava), cenizas, polvo volcánico, vapor de agua, y gases como sulfuro y amoníaco, que forma un cerro producido por la acumulación de material surgido desde el interior de la Tierra.
Los volcanes pueden clasificarse en activos cuando entran en erupción con relativa frecuencia; durmientes, con ciertos signos de actividad eruptiva, y los extintos, que registraron actividad en períodos muy lejanos, pero que no muestran indicios de volver a reactivarse.