Los grupos dirigentes de los virreinatos españoles estaban constituidos por españoles, pero el sector mayoritario eran los criollos o hijos de españoles nacidos en América –alrededor de 95 por ciento de la población blanca–, educados en las ideas liberales.
Los criollos estaban insatisfechos por las limitadas reformas impulsadas por la monarquía española, y vieron en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa buenos ejemplos a imitar.
La invasión napoleónica de España precipitó los acontecimientos. El rey Fernando VII (1784-1833) fue obligado a abdicar en Napoleón Bonaparte, el 6 de mayo de 1808. El trono quedó en manos de su hermano José Bonaparte.
La primera fase de la independencia se inició entre 1808 y 1810. Los gobiernos locales creados para autoadministrarse hasta la restauración de la Corona española, se convirtieron en focos independentistas o patriotas. Los cabildos abiertos, que reunían a las principales personalidades locales, organizaron juntas de gobierno que no tardaron en destituir a los gobernantes españoles: virreyes o capitanes generales.
Destacaron la de Santiago de Chile, presidida por Mateo de Toro Zambrano; Buenos Aires –actual capital de Argentina–, encabezada por Cornelio Saavedra, y la de Caracas –actual capital de Venezuela–, que destituyó al virrey Vicente Emparán. Por el contrario, las juntas fracasaron en Quito, Lima y La Paz. Caso aparte fue Asunción, donde la junta presidida por el gobernador Bernardo de Velasco se declaró fiel al rey Fernando VII.
En México, a la revuelta dirigida por los criollos se sumaron mestizos e indígenas. La primera insurrección fue sofocada, pero a los dos años el cura Miguel Hidalgo, con el apoyo de campesinos y mineros, se apoderó de las ciudades de Guadalajara y Guanajuato. Hidalgo fue capturado y ejecutado, al igual que otros líderes revolucionarios, y el movimiento se derrumbó.
Las fallidas declaraciones de independencia
En los lugares donde las juntas se mantuvieron en el poder, el siguiente paso fue la declaración de la independencia. Los pioneros fueron Montevideo –actual capital de Uruguay–, con José Gervasio Artigas, y Caracas, con Francisco de Miranda. En Asunción –actual capital de Paraguay–, en 1811, estalló una rebelión dirigida por Fulgencio Yegros, que derrocó a Velasco y declaró la independencia.
La guerra civil entre patriotas y realistas, fieles a España, se intensificó con el regreso al trono de Fernando VII, tras el tratado de Valençay del 11 de noviembre de 1813. Las tropas realistas lograron sofocar casi todas las rebeliones.
En la actual Argentina, las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia en 1816, mientras las tropas realistas habían recobrado el control de casi toda América. La junta de Caracas había caído en 1812, las de Montevideo y Santiago lo hicieron en 1814. Al año siguiente también fueron derribadas las de Bogotá y Cartagena –en la actual Colombia–, y detenido un nuevo intento revolucionario en México, dirigido por el cura José María Morelos y apoyado por los indígenas.
El triunfo independentista
La segunda fase de la lucha por la independencia se produjo durante la década de 181O. Además de la región del Río de la Plata, los independentistas solo tenían el control de algunas zonas de Venezuela y México. Sin embargo, no desistieron de su lucha. José de San Martín, desde el río de la Plata, y Simón Bolívar desde el norte, unieron sus fuerzas para derribar al poderío español en Sudamérica. Mientras tanto, Vicente Guerrero luchaba por la liberación de México.
El abril de 1818, el ejército patriota, que reunía a las fuerzas de San Martín y Bernardo O’Higgins, venció a los realistas en la batalla de Maipú. Con el triunfo, Chile afianzó su independencia –declarada el 12 de febrero de 1818–.
Posteriormente, San Martín se dirigió a Perú, donde ocupó Lima en 1821. Pese a que los realistas aún se mantenían en el puerto de Callao, Perú se declaró independiente.
Simón Bolívar, que se encontraba refugiado en Haití tras huir de Caracas, preparó la conquista de Venezuela. En 1817 emprendió su campaña libertadora en la región del río Orinoco, estableciendo su centro de operaciones en la ciudad de Angostura –que luego fue llamada Ciudad Bolívar–. Después de cruzar los Andes, en agosto de 1819 venció a los españoles en Boyacá y ocupó Bogotá, tras lo que se proclamó la República de Colombia, cuyo primer presidente fue Bolívar. En 1821, con el triunfo de Carabobo, acabó con los realistas en la región.
En 1822, después de un par de exitosas batallas, el territorio de Quito –actual capital de Ecuador– fue incorporado a la Gran Colombia, que ya estaba compuesta por Venezuela y Nueva Granada –actual Colombia–.
Tras las conversaciones de Guayaquil, San Martín y Bolívar decidieron reemprender la lucha contra las fuerzas realistas que aún permanecían en Perú. El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar que también había ayudado a liberar Quito, derrotó a los realistas en Ayacucho.
En 1825 se independizó la República Bolívar, la actual Bolivia. El mismo año, Uruguay, que desde 1821 formaba parte de Brasil, fue ocupado por el ejército de Juan Antonio Lavalleja, quien proclamó su independencia.
La lucha fue exitosa para los criollos, aunque no se pudo mantener la unidad de América del Sur como algunos pretendían. Paraguay se había separado de las Provincias del Río de la Plata y estuvo gobernado por el francés Gaspar Rodríguez entre 1814 y 1840. En 1829, Venezuela se separó de la Gran Colombia. Lo mismo hizo Ecuador al año siguiente.
En México, los realistas también habían tenido éxito, aunque quedaron algunos focos guerrilleros liderados por Vicente Guerrero. Agustín de Iturbide se encargó de pacificarlos. Sin embargo, después de varios meses de enfrentamientos, en 1821 formuló con Guerrero el Plan de Iguala, que estableció la independencia de México y la igualdad entre criollos y realistas. El país se convertiría en una monarquía constitucional gobernada por alguien nombrado por Fernando VII. En 1822, los partidarios de Iturbide lo proclamaron emperador, pero debido a la oposición se vio obligado a abdicar. En 1824, se reunió un congreso constituyente, que transformó el país en una república federal, al igual que Estados Unidos.
En Centroamérica, que formaba parte del virreinato de la Nueva España como Capitanía general de Guatemala, casi no hubo intentos independentistas en la década de 1810. Las pocas insurrecciones que se produjeron, como la del fraile Benito Miguelena en Nicaragua o la de José Matías Delgado en El Salvador, fracasaron. En 1821, los territorios que componían la capitanía proclamaron su independencia, y un año después se integraron al imperio mexicano.
Cuando este cayó, se separaron con el nombre de Provincias Unidas de Centroamérica. Debido a sus diferencias, entre 1838 y 1848, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se convirtieron en repúblicas independientes.
Tras los movimientos patriotas que se produjeron en toda Latinoamérica, España solo mantuvo el control de algunas islas del Caribe, Cuba y Puerto Rico. Además, República Dominicana, que se había declarado independiente en 1821, volvió a su poder entre 1861 y 1865.
En Cuba, los independentistas lograron unificarse en 1868. Tras una guerra de diez años, que concluyó con el Pacto de Zanjón, no se logró la independencia. En 1895 estalló un nuevo conflicto, en el que destacó José Martí. Tres años después vino la guerra entre España y Estados Unidos, que los peninsulares perdieron. Por el tratado de París, España renunció a Cuba, que logró su independencia, entregó Puerto Rico a Estados Unidos y perdió las islas Guam y las Filipinas en el Pacífico.
¿Sabías que?
-Antes de que se iniciara el proceso independentista, el territorio español en América estaba dividido en los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata.
-Las órdenes reales tardaban varios meses en llegar a América, por lo que virreyes y gobernadores administraban a su arbitrio las colonias.
Brasil
A diferencia de las colonias hispanoamericanas, Brasil logró su independencia de Portugal sin ningún enfrentamiento.
Cuando Napoleón invadió la península ibérica en 1808, la Corte portuguesa se trasladó a Brasil. En 1821, debido a los levantamientos que se estaban produciendo en Portugal, el rey Juan VI regresó a Lisboa, dejando a su hijo Pedro como príncipe regente.
Sin embargo, las autoridades locales optaron por una monarquía independiente. El 1 de diciembre de 1822, Pedro I fue nombrado emperador constitucional del Brasil.