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Luis XIV ha sido reconocido como el representante más perfecto del Absolutismo monárquico. Estaba convencido de que su poder era de origen divino y que tenía pleno derecho para gobernar en forma absoluta, creencia que se convirtió en la piedra angular de su gobierno, tal como él mismo lo declarara: “Cuando Dios impuso reyes a los hombres, esperaba que se les mostrara el respeto debido como vicarios suyos. Solo Dios tiene derecho a juzgar la conducta de los reyes”.

La revocación del Edicto de Nantes

Dos años después de la muerte del ministro Colbert, ocurrió uno de los actos más deplorables del reinado de Luis XIV: la revocación del Edicto de Nantes, que había permitido a los protestantes la libertad de culto.

Los cardenales Richelieu y Mazarino lo habían aplicado fielmente, pero Luis XIV no siguió este ejemplo. Basado en su creencia de que él ocupaba el puesto de Dios y de que, como iluminado del Espíritu Santo, no podía admitir que algunos de sus súbditos tuviesen creencias diferentes a las suyas.

Desde el inicio de su reinado tuvo la firme intención de extirpar la herejía y de convertir al catolicismo a más de un millón de protestantes.

Al principio, esta idea se limitó solamente a una persecución disimulada, pero de a poco se les prohibió a las protestantes la participación en funciones públicas y todas las profesiones liberales. Luego se creó una caja de conversiones, donde se pagaba sumas de dinero a lo convertidos.

Pero, sin duda, una de las medidas más excesivas fueron las dragonadas, por medio de las cuales las casas eran saqueadas y sus habitantes torturados.

La obra de Colbert

El más importante de los ministros del gobierno de Luis XIV fue Jean Baptiste Colbert, hijo de un comerciante de paños de la ciudad de Reims, quien tenía como única finalidad la grandeza del rey. Durante el período de Mazarino llegó a ser su intendente, y a la muerte del cardenal se convirtió en el hombre de confianza del rey.

Instauró un nuevo sistema económico basado en el proteccionismo (que consiste en proteger la agricultura, el comercio o la industria de un país, de la competencia de ciertos productos extranjeros). Asimismo, estableció un férreo control sobre los contribuyentes, lo que le permitió aumentar el erario público.

Con el fin de promover la industria nacional, adoptó una serie de medidas económicas de corte mercantilista, que configuraron el sistema llamado colbertismo, como el aumento de los aranceles aduaneros; el fomento a la instalación de nuevas industrias, atrayendo a operarios extranjeros especializados; la creación de nuevas manufacturas estatales protegidas y subvencionadas por el Estado, y la dictación de diversos reglamentos relativos a la fabricación y organización de estos productos.

Como secretario de Estado para la marina desde 1668, Colbert estimuló la navegación y construcción de barcos, cuyo fin fue promover una política colonialista destinada a abrir nuevos mercados. De esta acción surgió la creación de las compañías de comercio de las Indias orientales y occidentales, del Levante y del Senegal.

Su obra también se dirigió a proteger las artes y las ciencias. Creó la Academia de Inscripciones y Bellas Artes, la Academia de Ciencias, el Observatorio de París y la Academia Real de Arquitectura. Fue así como se convirtió en el más notable de los ministros de Luis XIV, cuyo trabajo incansable impulsó el esplendor y la prosperidad de Francia.

Murió en París el 6 de septiembre de 1683.

Las costumbres del Rey Sol

La férrea convicción de Luis XIV, respecto a que él era el representante de Dios, lo había llenado de orgullo. Para identificarse, tomó como emblema un Sol resplandeciente, de donde nació el sobrenombre de Rey Sol.

Fue tanta la adoración que creó entre sus súbditos, que organizó el culto de la majestad real, por el cual actividades cotidianas, como comer, levantarse o pasear, se convirtieron en verdaderas ceremonias públicas regidas por un estricto reglamento.

El monarca se levantaba a las ocho de la mañana, luego de lo cual ingresaban en su habitación grupos de cortesanos. Los más favorecidos eran admitidos incluso cuando el rey salía de su cama y se ponía bata o traje de mañana.

La etiqueta indicaba qué personas debían presentar las prendas de vestir. Una vez vestido, el rey pasaba a su gabinete, donde daba las órdenes para el día, y luego iba a misa. Finalizada la misa, se reunía con sus ministros hasta la una de la tarde, después de lo cual comía solo en su habitación.

Sin embargo, esta actividad tan trivial se desarrollaba en medio de una gran pompa, pues cada plato era llevado por un gentilhombre, precedido de un ujier (persona que estaba a las puertas del palacio cuidando de ellas) y de un jefe de comedor, escoltado por tres guardias con la carabina al hombro. Esto sin mencionar los días de gala, en que el rey comía solo en la mesa teniendo a su alrededor un número cercano a las treinta personas. El público era admitido para ir a contemplar al rey comiendo.

Después de la comida el rey salía a pasear, a pie o en carroza. Tras él una verdadera multitud seguía sus pasos. Al regresar se cambiaba de ropa con el mismo ceremonial de la mañana. A las diez de la noche cenaba con su familia, también en medio de un gran ritual, jugaba a las cartas y se acostaba, no sin tener un grupo de espectadores cerca suyo.

La corte del rey Luis XIV alcanzó una enorme extensión, pues comprendía la casa militar, formada por unas diez mil personas, y la casa civil, compuesta por unas cuatro mil. Los jefes de los servicios eran de la más alta nobleza, lo que demostraba el deseo de Luis XIV por ver a este grupo social alrededor suyo, aunque solo en funciones domésticas o militares. Jamás empleó nobles ni en el gobierno ni en la administración del reino.

Fin del reinado de Luis XIV

El reinado de Luis XIV terminó como muchos gobiernos, producto de la derrota y la ruina. La última guerra, la de Sucesión en España, fue tan desastrosa que agravó la situación financiera francesa.

Así, los ingresos fueron cada vez más inferiores a los gastos, y por lo mismo, la deuda pública se elevó a casi tres millones de libras de la época. Al mismo tiempo, la gran carga impositiva había provocado la miseria de gran parte de la población, con lo que Francia parecía destruida.

Luis XIV tuvo el sentimiento de que toda la ruina se debía a su gobierno y se arrepintió.

La víspera de su muerte, después de haber pedido perdón a sus cortesanos por los malos ejemplos que les había dado, se hizo conducir al que sería su sucesor, su bisnieto Luis XV y le dijo: «Hijo mío, vais a ser un gran rey, pero no me imitéis en el gusto que he tenido por las construcciones y por la guerra. Procurad aliviar a vuestro pueblo, ya que yo soy tan desgraciado por no haberlo podido hacer a tiempo».

Se dice que cuando fue conocida la noticia de la muerte de Luis XIV (acontecida el 1 de septiembre de 1715), el pueblo dio gracias a Dios por una redención tan esperada.

Thomas Hobbes y el Leviatán

En su obra Leviatán, o la materia, la forma y el poder de un Estado eclesiástico y civil, escrita el año 1651, el británico Thomas Hobbes sentó las bases teóricas del Absolutismo a partir de la teoría del contrato social.

En el pensamiento de este autor, el estado natural del hombre es la guerra, la lucha continua y egoísta de todos contra todos. Como esta situación no se puede mantener por siempre, los seres humanos terminan por suscribir una especie de contrato, por el que ceden todo el poder a uno de ellos, que ostenta la soberanía.

De esa forma se asegura la estabilidad social y se pone fin al estado perpetuo de lucha. El poder soberano no es sino la suma de todos los poderes individuales delegados en una sola persona sin ninguna restricción.

Asimismo, el bien común queda asegurado ya que el soberano, por su propio beneficio, no es capaz de hacer nada distinto de lo ordenado por la paz y seguridad común. Sus ideas disgustaron a los partidarios de la corriente absolutista de derecho divino.

Según Hobbes, la primera ley natural del hombre es la autoconservación, que lo induce a imponerse sobre los demás: «El hombre es un lobo para el hombre». A diferencia de autores anteriores, para Hobbes la soberanía del rey no residía en el derecho divino, sino en el mantenimiento del contrato que le había dado tal soberanía. Más tarde su teoría fue utilizada por otros intelectuales, entre ellos Jean Jacques Rosseau.

Los grandes escritores

Uno de los hechos que hizo más grande el gobierno de Luis XIV fue el enorme auge de las ciencias y las artes. De hecho, Francia es conocida en este período como la capital literaria.

La primera generación de grandes escritores se ilustró antes del reinado personal de Luis XIV, bajo Richelieu y Mazarino. Entre ellos se cuentan Pierre Corneille, autor de tragedias sublimes; el filósofo René Descartes, y Blas Pascal, que hizo una apología de la religión.

Sin embargo, los autores contemporáneos a Luis XIV son mucho más numerosos. Encontramos aquí a Moliere (Jean Baptiste Poquelin), con obras como Tartufo, El Avaro y El enfermo imaginario. Nicolás Boileau, quien destacó por sus sátiras y su arte poético. Jean Racine, autor de maravillosas tragedias. Jean de La Fontaine, con sus perdurables Fábulas. Finalmente, el obispo Jacques Bénigne Bossuet, quien con sus Oraciones fúnebres fue el más elocuente de los oradores.


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