Después de la conquista de Panamá, llegaron noticias de que al sur existía un imperio sumamente rico en oro, al que las leyendas llamaban El Dorado. Para aventurarse en esta nueva empresa, Francisco Pizarro (1478-1541) se asoció con Diego de Almagro (1475-1538) y el cura Hernando de Luque.
En las dos primeras expediciones, recorrieron Colombia (1524-1525), donde Almagro perdió un ojo y tres dedos, y Ecuador (1526). En 1532 se apoderaron de la ciudad inca de Cajamarca, al norte de Perú, y capturaron al rey Atahualpa. Un año más tarde conquistaron el Cuzco, la rica capital del imperio Inca.
Pizarro, el jefe de la empresa, debía ser el gobernador de los territorios conquistados, según lo acordado con el rey Carlos V en un viaje que realizó a España en 1529, pero Almagro también quería tener una gobernación propia y comunicó al rey su deseo.
El 21 de mayo de 1534, el rey emitió una capitulación que dividía el sur del continente en varias gobernaciones:
Nueva Castilla, otorgada a Francisco Pizarro. Se extendía desde el Ecuador hasta el grado 14°, hasta la ciudad de Pisco. Incluía los actuales Ecuador, el norte y centro de Perú y el norte de Bolivia.
Nueva Toledo, entregada a Diego de Almagro. Abarcaba desde el límite de la Nueva Castilla, hasta un poco al sur de Taltal (del grado 14° al 25°). Comprendía el sur de Perú, el resto de Bolivia y parte del norte de Chile.
Nueva Andalucía, otorgada a Pedro de Mendoza. Iba desde el paralelo 25º al 36°, hasta la isla Santa María, en la costa de Arauco. Por el este, llegaba hasta los dominios portugueses y la costa atlántica.
Nueva León, a cargo de Simón de Alcazaba. Esta gobernación abarcaba del paralelo 36° al 48°, a la altura de la isla Campana, entre los océanos Pacífico y Atlántico. Tras la muerte de Alcazaba, la Corona otorgó esta concesión a Francisco de Camargo, extendiéndola por el sur hasta el Estrecho de Magallanes (1536).
El problema de esta división es que tanto Pizarro como Almagro se adjudicaban el Cuzco, la ciudad más rica del imperio. Finalmente, acordaron que mientras el rey resolvía el conflicto, Almagro partiría a la conquista de los territorios ubicados más al sur, descritos por los incas como muy ricos en oro.
Auge y caída del Imperio Inca
Gracias a la fuerza de sus armas y a su habilidad política, los incas habían constituido una unidad política y cultural de más de diez millones de aborígenes, que ocupaba un territorio cercano a los 4.000 km de longitud en sentido norte-sur, y casi 500 km de anchura en promedio, región que comprendía las actuales repúblicas de Ecuador y Perú, el norte de Chile, el oeste de Bolivia y el noreste de Argentina.
Desde el punto de vista geográfico, el territorio de los Andes Centrales abarcado por el imperio inca tiene notorios contrastes. Por lo mismo, se suele afirmar que no existe un solo Perú, sino tres: el de la costa, el de la sierra y el de la montaña. De los desiertos costeros se pasa a los páramos andinos, con cumbres cubiertas de hielos eternos. El paisaje árido de la vertiente cordillerana que mira hacia el océano Pacífico comienza a adquirir tonalidades verdes en los fértiles valles regados por los ríos no navegables que descienden desde el cordón andino.
En sentido norte-sur, la costa se suele dividir en tres secciones: norte, centro y sur. Esta división también es perceptible en la sierra, que en realidad corresponde a la Cordillera de los Andes. Aquí, estas tres secciones reciben los nombres de cordillera, de clima seco y frío que sólo permite el crecimiento de pastos aptos para la ganadería; puna, verdadero desierto humano, salvo en el altiplano perú-boliviano; y valles interandinos, regados por poderosos ríos.
La montaña (o selva baja) corresponde a la zona selvática ubicada en la vertiente este del macizo andino. Considerada por mucho tiempo como un área secundaria, se ha convertido hoy en foco de información arqueológica que intriga a los investigadores.
La variedad geográfica y el relativo aislamiento local facilitaron los desarrollos regionales. Por lo mismo, no existe valle que no haya sido asiento de una cultura. Pero, a diferencia de América Central (o Mesoamérica), en los Andes Centrales no hay elementos que persistan a lo largo de toda su evolución cultural, no hay un hilo conductor. Sólo hay una constante digna de mención: el persistente afán del habitante de la sierra por unirse al de la costa, y el de ambos por sacar provecho de los valles intermontanos.