Italia esperaba recibir más como premio a su participación en la I Guerra Mundial; pero sólo obtuvo el Tirol austral, Trieste y fragmentos de Dalmacia, aunque amplió sus posesiones coloniales. Al mismo tiempo, estaba endeudada con Estados Unidos y el Reino Unido. Su crítica situación económica ocasionó huelgas, protestas, rebeliones y hambre.
Las masas habían perdido la fe en los partidos políticos tradicionales, por lo que aspiraban a ser defendidas del caos social (sobre todo la clase media y los empresarios) por una agrupación fuerte. De esta forma, se entregaron al Partido Fascista dirigido por el Duce, Benito Mussolini, que lo había fundado en 1921. Esta agrupación también exaltó el nacionalismo y atrajo a la población a sus filas con la promesa de volver a convertir Italia en un gran imperio, como lo fue el romano.
Mussolini era partidario del gobierno de un hombre fuerte, que reuniera al pueblo en un partido único y totalitario, donde solo importaba el Estado. De hecho, y luego de que Mussolini se hiciera con el poder al ser nombrado jefe de gobierno por el rey Víctor Manuel III en 1922, después de marchar sobre Roma con 40.000 partidarios, impuso el sistema corporativo, por el cual el Estado controlaba toda la economía a través de las corporaciones, que reemplazaron a los sindicatos.
A pesar de que su plan de reconstrucción económica basado en las obras públicas elevó el bienestar general, las regiones del sur de Italia mantuvieron su atraso y sus habitantes continuaron emigrando a América.
En política exterior, no obstante firmar en 1929 con el Papado el Tratado de Letrán, gracias al cual el Vaticano fue reconocido como un Estado soberano, Mussolini invadió Abisinia (Etiopía) en 1935, provocando graves conflictos internacionales.
Incluso, firmó con Alemania en 1936 una coalición, formando el Eje Roma-Berlín, que llevaría a ambos países a ocasionar una nueva guerra mundial.
Liga fracasada
Con el fin de buscar un medio para poner término a la guerra moderna, que había probado ser una amenaza para la supervivencia de la humanidad, el presidente Wilson, de Estados Unidos, propuso la creación de la Liga de las Naciones, un organismo internacional donde todos los estados pudieran solucionar sus problemas. Sin embargo, la Liga, creada en abril de 1919 y que tenía su sede en Ginebra, Suiza, no tuvo ningún poder para hacer cumplir sus determinaciones. En muy pocos años, la Liga de las Naciones se había desprestigiado por completo.