En 1931, soldados japoneses sabotearon la línea férrea del sur de Manchuria, territorio chino en el que Japón ejercía un fuerte control económico, pero acusaron a los chinos del sabotaje. Con ese pretexto invadieron Manchuria. Lo que en un principio era un acto de fuerza, se transformó en una política militarista agresiva que culminaría con el general Hideki Tojo asumiendo el poder como Primer Ministro de Japón en 1941.
Para reafirmar esta tendencia, Japón había suscrito en 1936 un pacto anticomunista con Alemania e Italia, formando el eje Tokio-Roma-Berlín, uno de los bandos involucrados luego en la Segunda Guerra Mundial.
Tras la conquista de Manchuria, los japoneses sometieron Pekín y Shangai, pero no lograron acabar con la resistencia china, que estaba formada, por un lado, por los nacionalistas, dirigidos por Chiang Kai-chek, y, por el otro, por los comunistas, liderados por Mao Tse-tung.
En 1927, Chiang Kai-chek, jefe del Kuomintang (Partido Nacional), logró la unidad política de China e intentó desligarse de los comunistas, forzándolos a huir en 1934, iniciando entonces estos la llamada Gran Marcha que, un año después, terminaría en Shansi, lugar donde Mao Tse-tung fundó una república soviética china.
Años más tarde, en 1937, las facciones nacionalistas y comunistas de China se reconciliaron para combatir a los japoneses. Sin embargo, sus formas de luchar contra el enemigo diferían radicalmente. Además, Chiang Kai-chek estaba más preocupado de la lucha contra los comunistas de Shansi que por la derrota de los japoneses.