La ciudad de Babilonia resurgió con la tribu semita de los caldeos, cuando fue refundada por Nabopolasar a fines del siglo VII. Por este pueblo, la región recibió el nombre de Caldea, que aparece en los textos bíblicos.
Uno de sus reyes más importantes fue Nabucodonosor II «el Grande» (605-562 a.C.), quien reconstruyó y embelleció la ciudad de Babilonia, dotándola de gran magnificencia, y extendió su dominio desde Mesopotamia hasta Siria y la costa del Mediterráneo.
Durante su reinado conquistó muchas ciudades: se enfrentó a Egipto; destruyó Jerusalén (año 587 a.C.), desde donde se llevó cautivos a miles de israelitas; y conquistó territorios en Arabia. Las principales construcciones encontradas en Babilonia son de su época.
Nuevos invasores
En el año 539 a.C., poco después de la muerte de Nabucodonosor II -de quien se dice se volvió loco al final de su reinado-, Babilonia fue invadida por el llamado «nuevo señor de Asia», el rey persa Ciro. Los persas, que la dominaron hasta el siglo IV a.C., no saquearon ni destruyeron la ciudad como los asirios, sino que la mantuvieron como una de las provincias más poderosas del imperio Aqueménida.
Babilonia fue conquistada por Alejandro Magno (331 a. C.), que instaló en ella su corte, transformándola en un foco cultural en el que confluyeron la cultura griega y oriental.
A la muerte de Alejandro, la región fue gobernada por los Seléucidas, dinastía fundada por Seleuco I Nicátor, uno de los generales de Alejandro.
Con posterioridad, la cultura mesopotámica inició un lento declive. Fue ocupada por los persas sasánidas y luego por los romanos, gracias a las campañas del emperador Trajano. En el siglo VII d.C., la región fue conquistada por los musulmanes y quedó integrada dentro de la civilización árabe.
Durante varios siglos, Babilonia siguió siendo la ciudad más rica y el más importante centro comercial de Asia occidental.
La nueva Babilonia
La ciudad estaba doblemente fortificada. Un primer muro de ladrillos tenía ocho metros de ancho y una extensión de 18 km. Delante de él había una fosa profunda, y atrás, a 12 metros de distancia, un segundo muro defensivo de siete metros de ancho. Se entraba a la ciudad por varias puertas. La más grandiosa era la «puerta doble», consagrada a la diosa del amor Ishtar, que tenía las paredes revestidas de azulejos con representaciones de toros y dragones.
En el palacio real estaban los famosos jardines colgantes, una de las siete maravillas de la antigüedad. Al centro de la ciudad estaba el zigurat -templo escalonado, similar a una pirámide- construido en honor al «gran señor Marduk», el dios supremo. Se cree que esta torre, de siete pisos y 91,5 metros de altura, es la famosa «torre de Babel» que aparece en la Biblia. Además, se reconstruyeron los diques para proteger los campos de las inundaciones.