El primer paso en la transformación del sector textil inglés fue el cambio de materia prima: de la lana al algodón. Los motivos son fáciles de entender: dada su abundancia, era impensable una exportación del primer producto a Europa.
Además, los primeros intentos de acelerar las labores y de mecanizar el proceso de hilado y tejido de la lana demostraron que este material no era el más apto. La abundancia de algodón en las colonias y lo fácil de traerlo de fuera (unido al hecho de que nadie podía producirlo como tejido a la velocidad que lo hacían las máquinas inglesas) le supuso hacerse con un producto sin competencia.
Los primeros procesos mecánicos a que se vio sometida la fabricación de textiles consistieron en la aplicación de energía no humana: norias movidas por agua, máquina de vapor.Todas ellas imprimían un ritmo a la actividad para el cual la lana era inútil (se rompía y había que paralizar el proceso, atar y continuar); el cambio por el algodón era inminente. La posterior introducción de una novedad en cualquiera de los dos procesos (hilado-tejido) provocaba la necesidad de otro cambio similar en el otro proceso (el acelerar el tejer hizo preciso producir hilo a mayor velocidad que, a su vez, dotaba de mayor materia para el hilado); una carrera de avances e innovaciones que desembocó en la lanzadera volante (pieza del telar que, una vez modificada, permitió que un mismo operario realizara el doble de tejido en el mismo tiempo). Otra de las novedades fue la spining-jenny (máquina destinada a multiplicar por diez la efectividad de un trabajador de hilado). La suma de todos estos avances hizo que la productividad se multiplicara, que los precios bajaran y la oferta de productos creciera. Parecía que solo había un punto negro: la mecanización dejaba sin trabajo a parte de la mano de obra que se había trasladado desde el campo (con lo cual, al haber mayor oferta de mano de obra, caían los salarios pagados a los trabajadores).