Antes de inventar la escritura, el hombre desarrolló la habilidad para hablar. Por lo mismo, en sus comienzos toda la literatura fue oral, es decir, transmitida de generación en generación por medio de la palabra. Se puede decir, por ello, que el primer soporte de la literatura fue la palabra.
Luego de siglos de oralidad, el hombre inventó la escritura, un segundo soporte, que permitió transmitir con mayor fidelidad conocimientos considerados importantes y obras a las que se les reconocía calidad artística.
El habla fue compartida por todos. No así la escritura, que durante milenios se conservó como patrimonio de unos pocos, las llamadas clases cultas de la sociedad, sobre todo las clases sacerdotales. Se convirtió, por lo mismo, en fuente de poder.
El surgimiento de la escritura no eliminó la literatura oral. Esta siguió creándose y transmitiéndose, aunque opacada o ahogada por la palabra escrita. Así es como, junto a la literatura culta -escrita, inalterable y de autor generalmente conocido-, hasta el día de hoy corre otra paralela, en prosa y verso, llamada literatura popular o tradicional, que muestra a veces una extraordinaria calidad artística.
Entre ambos tipos de literatura existen vasos comunicantes, por lo que no es extraño encontrar en la literatura culta obras que han recibido su inspiración inicial en la literatura popular. Tal es el caso de gran parte de la poesía del español Federico García Lorca, entre otros.
La literatura oral pertenece al folclor, es decir, al saber tradicional del pueblo. Además de las costumbres, los juegos, las fiestas y las creencias, incluye como aspectos destacados los mitos, proverbios, adivinanzas, canciones, historias cómicas y picarescas, cantos infantiles, romances, relatos inspirados en hechos de actualidad, cuentos, leyendas, entre otros.
Este folclor literario es una de las más completas manifestaciones de la cultura y el modo de ser de un pueblo. No porque lleve el apellido de popular significa que sea desdeñable. Un solo ejemplo puede alejar la tentación de pensarlo así. Los cuentos de Las mil y una noches, por ejemplo, “antes de ser un libro fueron una tradición y tuvieron una vida independiente del signo escrito” (Rafael Cansinos Assens).
Si bien la literatura popular fue fundamentalmente oral, existió un conjunto de textos y obras impresas cuya producción y consumo estaban fuera de las estructuras de la cultura letrada. Es la literatura escrita que aparece desde los primeros tiempos de la imprenta, dirigida a un público popular.
El interés por la literatura popular como arte del pueblo y exponente de su voz auténtica surgió en Alemania con el romanticismo (siglo XIX) y su teoría sobre el alma única e individual de cada pueblo. El movimiento romántico hizo surgir un fuerte interés por recopilar lo popular, por estudiarlo, y también por escribir imitando el estilo popular.
El pueblo siente un cierto temor reverencial frente a la obra de autor (la literatura culta), no así frente a la literatura popular. Pese a que puede hacer suya y popularizar la obra culta de muchos escritores consagrados, no suele alterarla con su difusión y es fiel a su reproducción original. Sin embargo, la literatura que el pueblo considera propia por pertenecer a su tradición queda sometida a los vaivenes de la imaginación y del ingenio, y a las necesidades expresivas de la comunidad autónoma autora de sus variantes (diferentes versiones), siendo por tanto y esencialmente su carácter oral lo que aglutina a toda la literatura popular.
Cuando se habla de pueblo, hay que entenderlo en su acepción más amplia y noble, acepción que integra desde la pequeña burguesía local hasta el mendigo, y desde los niños hasta los ancianos. La literatura popular es la que transmite a niños y jóvenes la experiencia adulta de generaciones y generaciones incorporada al lenguaje, introduciéndolos en la palabra, en el juego lingüístico y en la belleza de la expresión propios de la cultura de la colectividad en que se encuentran inmersos. Por eso decía el poeta español Antonio Machado en relación con el romancero de transmisión oral: “¿Queréis conocer la historia de un pueblo? Ved sus romances. ¿Aspiráis a saber de lo que es capaz? Estudiad sus cantares”.
Literatura popular impresa
Si bien la literatura popular fue fundamentalmente oral, existió un conjunto de textos y obras impresas cuya producción y consumo estaban fuera de las estructuras de la cultura letrada. Es la literatura escrita que aparece desde los primeros tiempos de la imprenta, dirigida a un público popular.
A finales del siglo XV, la invención de la imprenta y el consiguiente abaratamiento de la edición permitió la impresión y distribución de gran cantidad de libros, y también que la literatura culta -hasta entonces difundida sobre todo entre la nobleza y el clero a través de los códices manuscritos- y la literatura popular -declamada por juglares y recitadores por plazas y pueblos- experimentaran un cierto acercamiento. Así, los impresores europeos comenzaron a editar, en publicaciones baratas, novelas medievales y vidas de santos que adaptaron y simplificaron para conseguir textos cortos y asequibles. Con el tiempo, estas colecciones se ampliaron: almanaques, libros de medicina, guías de viaje, panfletos, canciones, grabados, libros religiosos, de magia, obras burlescas, picarescas, etcétera.
Esta literatura popular se denominó literatura de cordel, o pliegos de cordel: una serie de hojas con poemas cultos y populares que eran vendidas por ciegos o buhoneros a lo largo de los pueblos. Su nombre deriva de que las exponían colgadas de cordeles extendidos horizontalmente.
– Los almanaques
Una de las más antiguas publicaciones de tipo popular fueron los almanaques. En su origen estaban destinados a ocuparse del tiempo y la meteorología; luego se transformaron en pequeñas enciclopedias que trataban temas variados: noticias, anécdotas, consejos… y que en muchos casos desempeñaban el papel de libro único; es decir, eran el único libro que había en las casas pobres. Se editaban con periodicidad anual y comenzaron a publicarse en la Edad Media, alcanzando su mayor éxito durante los siglos XVII y XVIII. Fueron escritos por burgueses: impresores, negociantes, que se presentaban ante el público como licenciados o científicos.
Los almanaques españoles tenían siempre un título sensacionalista, que hacía las funciones de reclamo publicitario. Estaban dedicados a una persona importante a la que llenaban de elogios en las primeras páginas del libro, con el fin de evitar problemas con la censura.
El texto propiamente dicho lo componían dos apartados: la introducción al juicio del año, donde se daban los pronósticos de lo que los astros auguraban para el nuevo año, y el juicio del año, en el que se hacía un análisis más detallado, por estaciones, meses y días. En este último apartado, los autores trataban los más variados temas. Los que más frecuentemente aparecían estaban tomados de la cultura popular: refranes, cuentos breves y máximas; aunque en la segunda mitad del siglo XVIII también introdujeron el tema político, defendiendo las nuevas ideas liberales frente al absolutismo.
Transmitían un sistema de valores burgués: en el prólogo, los distintos autores se dirigían a su público lector con un lenguaje irónico e hiriente, en el que dejaban claro que lo que buscaban era ganar dinero y que lo que contaban eran mentiras y bromas. Lenguaje agresivo, amor al dinero y desprecio de cualquier sentimiento, son valores que contrastaban con el ideal caballeresco de la ideología dominante. El concepto de almanaque subsiste hasta el día de hoy, pero ya libre del sensacionalismo. Los actuales resumen en un solo libro un conjunto de datos útiles y curiosos (los países del mundo, las cumbres más altas, los ríos más largos, las ciudades más pobladas, las noticias más importantes del año anterior, etc.).
En sus inicios, el almanaque se asociaba a la literatura de cordel, por su forma de exhibirlos y la venta callejera. Pero con el tiempo se fueron independizando, en la medida en que se hicieron más voluminosos y mejoró la calidad de su impresión.
Características de la literatura popular
Para los estudiosos, las principales características de la literatura popular son las siguientes:
– Transmisión oral: durante siglos, la palabra desnuda, mantenida en la memoria, fue el único procedimiento de conservación y transmisión de la cultura literaria. El pueblo, que consideraba estas formas literarias como algo suyo, las transmitía oralmente de generación en generación, reelaborándolas.
– Brevedad: el pueblo prefiere las composiciones breves que se pueden captar fácilmente, y por eso a veces se llega a una condensación, quizás excesiva, en el afán de reducir y eliminar lo superfluo.
– Sencillez: la literatura popular es sencilla en el fondo y en la forma. No presenta demasiados convencionalismos ni artificios. Brota espontánea como la expresión de un sentir general. Pese a estos, presenta una curiosa efectividad poética.
– Anonimato: hay un creador inicial, un individuo especialmente dotado que interpreta y expresa el sentir del pueblo. Otros individuos, a través del tiempo, van rehaciendo la obra, que se considera un bien común a disposición de la comunidad.
– Variantes: como consecuencia del punto anterior, y de su carácter oral, aparece uno de los aspectos más claramente diferenciadores de la literatura popular de la culta: las numerosas variantes de un mismo cantar, cuento o romance.