El mundo espiritual Selk’nam es testimoniado fundamentalmente por dos antropólogos: el padre Martín Gusinde y Anne Chapman. Ellos han rescatado textos que nos hablan de la metafísica y visiones de mundo de este pueblo ya extinto.
Los dioses y espíritus fueguinos no son representados ni se les rinde culto. No son más que nombres y palabras para designar lo que se encuentra más allá de la sociedad.
Los relatos nos muestran la existencia de innumerables seres de diversas características, cada uno con su propia historia y lugar. Son habitantes del cielo y de la tierra, e incluso algunos viven debajo de ella y sólo emergen para las celebraciones.
La Luna
El símbolo de la Luna se sitúa en el centro del eje lógico de ese pensamiento. No es simplemente el símbolo de la mujer como tampoco el Sol lo es el del hombre. Su «función» en el esquema conceptual es compleja. Es «ella» que crea el drama de los orígenes, del pasado mitológico, y es a través de su transfiguración de mujer terrestre en mujer celeste que los selk’nam se explican el porqué de su existencia presente y aprehenden la amenaza del futuro: amenaza de muerte por el individuo, amenaza de desequilibrio por la sociedad.
Luna es la esposa cuyo marido (Sol) no logra alcanzar. El símbolo de la sociedad es Sol, así el día es luminoso. Aunque Luna aclara parcialmente la noche, de ella emana un peligro intangible. Ella se pone en eclipse para mostrarse amenazante. Y durante estos momentos, los chamanes (xo’on), los demás hombres y las mujeres se reúnen para rendirle homenaje, para apaciguar su rencor y asegurarse que mañana será igual que hoy, que Sol reinará en todo su esplendor y que la Luna cambiante e iracunda, se conformará con huir en la noche.
Cosmovisión aymara
La cosmovisión aymara se ha formado en base a la experiencia y la percepción del universo como una totalidad. Kusch ha definido el cosmos aymara como «una totalidad orgánica», como «algo orgánico, total» (1973: 100-101). Los mismos aymaras expresan este concepto del Universo con el siguiente proverbio: «Taquipuniw aka pachanx mayaki. Todo en este mundo es única realidad» (Albo & Quispe 1987b:15)
Dentro de esta realidad concebida como totalidad, todos los elementos o componentes están en una relación mutua: «Esta es la grandeza de los aymaras: que consideran todas las cosas mútuamente relacionadas, que todos tienen que ver con todos y no hay nada ni nadie aislado, separado» (Paxi et. aal. 1986:7). Además esta relación mutua se caracteriza por una reciprocidad, un dar y recibir, que se extiende a todas las dimensiones del universo: «En nuestra cosmovisión englobamos al hombre, a la tierra, a los animales y a toda la naturaleza. Hay reciprocidad a todos estos niveles», dice el aymara Calixto Quispe (Albo & Quispe 1987b:13)
La interrelación de todos los componentes del Universo y la reciprocidad entre estos componentes revelan un equilibrio fundamental que es la base y es el sostén de la existencia misma del cosmos. Como dice Kusch, «en un Universo así, tomado como algo orgánico, no cabe la distinción entre sus componentes sino que vale, ante todo, su equilibrio interno» (1973:101). Overgaard ha expresado la misma idea en una terminología más sociológica que, según me parece, interpreta perfectamente bien el sentir aymara: «La armonía es un valor importante, no sólo en las familias individuales o comunidades, sino también en la sociedad humana y lo que incluye todo y todos en un único proceso vital» (1976:244).
Hay un equilibrio fundamental en el Universo como totalidad, dentro de los grandes componentes de este universo, y entre estos componentes. Pero este equilibrio no es algo estático, inmóvil; tampoco es, por decirlo así, un estado permanente de tranquilidad, sino algo dinámico, algo que existe en principio, mientras que al mismo tiempo debe ser buscado y realizado contínuamente.
Para los aymaras el Cosmos tiene tres grandes dimensiones o componentes: la naturaleza, la sociedad humana y la sociedad extra-humana.
En la naturaleza el equilibrio fundamental se manifiesta o exterioriza en la normalidad o regularidad con que se presentan o desarrollan los componentes de la misma; los astros, los fenómenos meteorológicos, las plantas y los animales. Cada uno de estos componentes tiene su ciclo anual, y si estos ciclos se desarrollan según su propio ritmo, hay normalidad, hay equilibrio. Tomando como ejemplo el ciclo climatológico podemos decir que un año normal es un año en que la sucesión en que las tres estaciones: la seca, la lluviosa y la fría, se desarrolla de tal manera que las tres etapas del ciclo agrícola: siembra, crecimiento y cosecha, pueden efectuarse sin mayores dificultades, de modo que el resultado de la actividad agrícola es satisfactorio. Esta normalidad puede tener ciertos márgenes: las lluvias pueden adelantarse o atrasarse. Como hemos visto, es la misma naturaleza, observada siempre atentamente por el campesino aymara, que comunica o revela esto. Pero si los márgenes no son traspasados, continúa la normalidad.
En la sociedad humana, cuyos componentes principales son las comunidades, las familias y los individuos, el equilibrio se define y se determina por el cultivo de las relaciones mutuas que hacen justicia y hacen valer a cada uno de los componentes y por una adherencia entre los intereses, las aspiraciones y las expectativas de las comunidades, de las familias y de los individuos.
La sociedad que llamamos extra-humana es bastante compleja. Consta de los seres sobrenaturales, como Dios y los ángeles: de las fuerzas de la naturaleza personificadas, como el Sol, la Madre Tierra, los espíritus de los productos, las fuerzas subterráneas, etc.; los santos, y las almas de los difuntos. Hay una cierta jerarquía en esta sociedad y el equilibrio se determina por el modo en que cada uno de los componentes ocupa su puesto en esta jerarquía y por el papel particular que juega en este conjunto, manteniendo la medida que le pertenece.
La armonía del cosmos es óptima si no solamente hay equilibrio dentro de cada uno de los tres grandes componentes del universo sino que también entre ellos mismos. Equilibrio entre la sociedad humana y la naturaleza: si el hombre respeta a la naturaleza reconociendo las característica s propias de su vida y sus ritmos y si se adapta a ellos, la naturaleza mantendrá su equilibrio y dará al hombre lo que él quiere recibir de ella. Equilibrio entre la sociedad humana y la sociedad extra-humana: si el hombre atiende respetuosa y debidamente a los muchos integrantes de ese mundo, llevando una conducta moral correcta y relacionándose con ellos por medio de oraciones, ofrendas y sacrificios, ellos estarán quietos y darán al hombre su protección, bendición, ellos estarán quietos y darán al hombre su protección, bendición y ayuda. Equilibrio, finalmente, entre la sociedad extra-humana y la naturaleza: el equilibrio interno de la sociedad extra-humana, determinada en gran parte por la sociedad humana, tiene su repercusión sobre el equilibrio de la naturaleza: Así, los integrantes de la sociedad extra-humana garantizan, en principio, el equilibrio de la naturaleza, de modo que ella pueda sustentar al hombre. Con esto el círculo se ha cerrado: `todo tiene que ver con todo’.