Hubo una vez, una ancianita llamada Amelia.
Tenía dos hijos, uno se llamaba Mario, y el otro, Hugo. El primero era casado, tenía varios hijos y una gran fortuna que disfrutaba a plenitud.
Aunque Mario era un hombre muy rico y gozaba de su fortuna hasta más no poder, Amelia, vestida de harapos, caminaba con sus suecos de madera, su bastoncito, una ollita y una pequeña canasta. Dentro de esta recogía leña para calentar sus débiles huesitos.
Cada tarde se dirigía a la cantina del lugar, a buscar un vasito de vino, que disimuladamente vaciaba en su ollita.
Abandonada por su familia, esta hermosa viejita sollozaba cada día, en su hedionda pocilga llena de piojos y pulgas. En ese lugar, pronto sería donde se produciría el escalofriante fin de Amelia.
Un día, al no poder desenredarse de su enredada y harapienta cama, la pobre murió asfixiada sin ayuda alguna.
* «Que triste, ¿verdad?.¡Que abandono!. Que no te pase lo mismo con tu abuelita. Esta historia esta basada en hechos reales.
Por: Erina Rodriguez