Constanza era una chiquilla de 14 años. Vivía en una mansión maldita, pero no lo sabía; pensaba que se trataba de una casa completamente aburrida.
Un día, mientras dormía, se encendió el televisor a máximo volumen. Su madre, Ester, se despertó y culpó a Cony. Ella, con un enojo tremendo y una curiosidad muy inquietante, se quedó despierta toda la noche esperando saber qué había encendido su televisor, pasaron las 12 luego la 1, las 2, las 3 y así comenzó otro día. Constanza estaba inquieta. Sus padres nunca se levantaron de la cama y su hermano había dormido en la casa de un amigo.
¡Qué extraño!, pensaba Constanza, ¿Qué la pudo haber encendido?
Esa noche Constanza prendió una pequeña vela; puso incienso en la pieza de sus padres, comió cebollas y se acostó con la luz encendida. A las 12:00 de la noche, el incienso perdió su aroma, la boca de Cony olía a rosas y su vela se apagó (igual que la lámpara).
De pronto Cony vió dos caras pequeñas que la observaban con curiosidad.
Muy extrañada les preguntó: «¿Quiénes son?»
– «Somos fantasmas», le respondió muy tímidamente una carita negra.
– «Pero, ¿por qué están en mi casa?», preguntó Cony.
– «¿TU CASA?», respondió la otra carita negra. «Creo que no conoces la historia de esta mansión», agregó.
Cony lo miró fijamente y le respondió: «Cuéntame la historia».
– «En esta casa vivía un ser extraño, comía niñas y animales. Tenía un medallón de oro y plata; eso le daba su poder. Creía que si lo usaba, los padres le entregarían a sus hijas y mascotas, pero se equivocó.
Cierto día, un leñador esforzado y bueno le cortó la cabeza y se quedó con su medallón. A los pocos años el leñador murió y su casa quedó maldita para siempre».
Cony, un poco aburrida con la historia, les preguntó: »¿Y ustedes qué tienen que ver con él?».
El fantasma más pequeño le respondió: «Nosotros somos sus hijos y dueños de esta mansión».
– «¿Y por qué están aquí?», les volvió a preguntar.
– «Nosotros venimos a ayudarte a romper esta maldición y destruir al ser extraño que nos devoró y prendió tu televisor».
– «¿Qué debemos hacer para romper la maldición?», dijo la niña.
– «Anda al sótano y toma el collar. Llega al bosque y a las 12:00 PM quémalo con leña de arce y come un hongo venenoso. Y tú, al morir, salvarás a tu familia y a tu hogar».
Y así lo hizo. Fue al sótano, sacó el collar, fue al bosque, lo quemó a las 12:00 de la noche y se comió un hongo venenoso. Poco después sintió que temblaba. Sintió un temblor tremendo. Entonces, vió a las dos caritas negras que se despedían de ella.
La carita más pequeña dijo: «Lo lograste, nos salvaste y no moriste, eres nuestra gran heroína. Chao, besos, te queremos».
Al otro día nadie se acordó de nada, excepto Cony.
Daniela Valenzuela, 10 años.