Para algunos historiadores la existencia de Guacolda solamente consta en el poema épico La Araucana, escrito por Alonso de Ercilla (1533-1594), y por eso es probable que sea un personaje creado por el poeta para ejemplificar las características de la mujer mapuche.
Profundamente enamorada de Lautaro, sentimiento que era correspondido, le habría acompañado en sus últimos momentos antes de ser derrotado por Francisco de Villagra.
Cuenta Ercilla que: «Aquella noche el bárbaro dormía/con la bella Guacolda,/ y ella por él no menos se abrasaba».
Según la tradición, Villagra, vencedor, la habría llevado consigo y la mujer habría muerto de pena al poco tiempo.
A pesar de que la existencia de Guacolda pueda ser discutida, ha llegado a formar parte de los elementos que constituyen la identidad nacional.
Un personaje de carne y hueso
Para los cronistas coloniales, en cambio, se trata de un personaje de carne y hueso y no dudan de su existencia y explican su nombre a partir del mapudungun Wa-kelü, o Wa-koli, (choclo, maíz – colorado, rojo), deduciendo, por ello, que habría sido de cabellera rubia o rojiza.
Para los españoles, su nombre era Teresa y era una mujer hermosa. Guacolda se habría unido a Lautaro cuando este tomó la ciudad de Concepción.
Fray Diego de Ocaña, la religiosa Imelda Cano, el padre Rosales, y posteriormente Benjamín Vicuña Mackenna, coinciden en describirla como una bella mujer que fue seducida por el valor y el talento de Lautaro y que decidió seguirlo con decisión y coraje.
Las crónicas también señalan que Guacolda y Lautaro sirvieron en casas de españoles. Se dice que Lautaro sirvió al mismo Pedro de Valdivia y que Guacolda se habría criado en la casa de Francisco de Villagra.
Si bien los mapuches tenían un miedo supersticioso a los españoles, pues les atemorizaba tanto su presencia como para considerarlos dioses malignos, se podría inferir que ni Guacolda ni Lautaro les temían: ambos habían vivido en sus casas, los habían visto dormidos, enfermos, quizá borrachos, los habían visto comer, llorar y reír, y hasta habían limpiado sus armas.
Para ambos los españoles no eran dioses sino seres humanos, hombres de la tierra, como ellos y, por lo tanto, susceptibles de ser derrotados.
Cuando Lautaro dio por finalizado su aprendizaje, partió a unirse a la sublevación de su pueblo. Guacolda se le habría unido y ya no se habrían separado más.
Guacolda habría estado presente en la toma de Concepción, en la Batalla de Mataquito, (1 de abril de 1557), y en el asalto a Santiago. También habrían muerto juntos, en una emboscada tendida una noche por Francisco de Villagra.
Alonso de Ercilla y Pedro Mariño de Lobera cuentan, en sus respectivas La Araucana e Historia de Chile, que Guacolda habría predicho a Lautaro el desastre y la muerte en la víspera de la batalla de Chilipirco (batalla de Peteroa, 1557), donde ambos habrían muerto.
Rol de la mujer mapuche
En la sociedad mapuche, la mujer cumplía un rol económico de importancia, al desarrollar en mayor parte las tareas del agro; incluso, antes de formalizarse alguna unión matrimonial, el novio debía recompensar a su futuro suegro con algunos animales. Su vida transcurría entre la crianza de los hijos y las labores económicas; formaba parte de un grupo de varias esposas, que vivían en la misma ruca o vivienda mapuche, junto a sus hijos.
Descripción de González de Néjera
Alonso González de Nájera, autor del Desengaño y Reparo de la Guerra del Reino de Chile, describe a la mujer mapuche así: «…Aunque en general tienen las mujeres el color más castaño que moreno, tiénenlo muchas veces verdinegro y quebrado, y unas más blanco que otras, según los temples de las tierras donde nacen y se crían… Son comúnmente de mediana estatura, y en general tienen grandes y negros ojos, cejas bien señaladas, pestañas largas y cabello muy cumplido… Su vestir es honesto para bárbaras, pues usan de faldas largas, mostrando sólo los pies descalzos y los brazos desnudos. Sus ejercicios son hilar y tejer lana de que se visten… Tienen a cargo las mujeres la labranza de las tierras, y el hacer los vinos…».