Miles de padres dedican, por estos días, sus esfuerzos a elegir el mejor colegio para sus hijos. La oferta de los establecimientos es variada: desde inglés intensivo, hasta moderna infraestructura, pasando por resultados académicos que se exhiben como grandes logros.
Sin embargo, en los últimos años se ha acumulado bastante evidencia, a nivel internacional y local, sobre cuáles son los factores que realmente pesan en la calidad y cuáles son sólo un mito. Aquí, la revisión de los principales hallazgos y cómo tomarlos en cuenta, a la hora de decidirse por el lugar encargado de la educación de los hijos.
1. El clima escolar. Es uno de los aspectos más importantes en el rendimiento. Según un estudio de la Unesco, que analizó a 16 países de la región, incluido Chile, un buen clima escolar aumentaría el rendimiento de los alumnos chilenos hasta en 10 puntos en el Simce.
¿Cómo definirlo? Como un ambiente orientado al aprendizaje, donde no se pierde tiempo en ordenar la sala o planificar la clase y donde alumnos y profesores se respetan. «Establecimientos donde hay normas claras, pero no se hace uso reiterado de castigos, donde los profesores responden todas las preguntas de los niños y donde los escolares no se agreden física o verbalmente. Si hay un caso de bullying, puede ser un indicador de que no hay un buen clima», dice Ernesto Treviño, académico de la Universidad Diego Portales (UDP) y uno de los autores del estudio de la Unesco.
Juan Pablo Valenzuela, del Centro de Investigación Avanzada en Educación de la Universidad de Chile, destaca la disciplina dentro de la sala de clases. «Eso permite que se pase más materia y que los niños entiendan, sin tener que perder el tiempo en poner orden», agrega.
2. El director líder. Según un estudio iberoamericano, realizado por Javier Murillo, de la U. Autónoma de México, por cada punto que aumenta el liderazgo de un director, crece en medio punto el rendimiento de los alumnos. La baja rotación del equipo docente (más de cinco años en sus cargos) y un director «de puertas abiertas», que recibe a los alumnos o a los apoderados y que ingresa a las salas, son claros indicios de un director que ejerce el liderazgo.
3. Los docentes. La diferencia de tener un buen y mal profesor es clara: en el último Simce los alumnos municipales que tuvieron profesores calificados como competentes o destacados en la evaluación docente, lograron ocho puntos más en la prueba. Sin embargo, no son los cursos de posgrado de los maestros los que marcan la diferencia, sino las horas de contrato en el colegio y el que hayan sido, ellos mismos, buenos alumnos. Por eso, muchos países centran sus políticas educativas no en capacitar maestros, sino en escoger a los mejores escolares para convertirlos en docentes. Un buen indicador puede ser la universidad donde se formaron. También son claves las horas que los docentes dedican a preparar las clases. Lo ideal es que por cada 30 horas de contrato, los profesores dediquen 20 horas a planificar las clases.
4. El tamaño del curso. Varias investigaciones concluyen que un niño no aprende más si está en un curso con 45 compañeros, que uno donde hayan 30 alumnos. Un estudio del Instituto de Educación de Londres concluyó que sólo hay diferencia cuando el curso no posee más de 15 alumnos.
5. Más de mil libros por escuela. De los recursos físicos, la cantidad de textos es el único que ha demostrado influir directamente en los resultados académicos de los niños. Según una investigación de la Unesco realizada entre todos los países de América Latina, en las escuelas que poseían más de mil libros, los alumnos obtenían hasta 10 puntos más de rendimiento en pruebas estandarizadas, que aquellas escuelas que tenían menos de mil.
Los Plus
No influyen directamente en el rendimiento, pero sí en una educación más integral, según las investigaciones.
El inglés. Los hallazgos aseguran que se puede aprender un idioma a cualquier edad. Sin embargo, si la enseñanza se inicia desde más chicos, lo mejor es que haya una exposición diaria a la lengua extranjera. En otras palabras, más vale 45 minutos al día que una clase de dos horas a la semana, dice la directora académica del Instituto Chileno Norteamericano, Tatiana Araya. Esto, ya que el alumno tiene la posibilidad de ir asimilando en forma gradual los contenidos.
Los talleres. Permiten mejorar habilidades no cognitivas, como la capacidad de controlar las emociones. Natalia Salas, sicóloga del Centro de Desarrollo Cognitivo de la U. Diego Portales, recomienda fijarse en colegios con una variada oferta en talleres y con sentido. «Un taller debe tener objetivos: por ejemplo, el de pintura, no sólo debe permitir a los alumnos que se distraigan, sino también que desarrollen más elementos de expresión emocional, como la habilidad visomotora, que les ayuda a escribir y dibujar».