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La papa o patata es una planta originaria de los Andes peruanos y bolivianos.

Domesticada en el altiplano andino por sus habitantes hace unos 7.000 años, fue llevada a Europa por los conquistadores españoles más como una curiosidad botánica que como una planta alimenticia. Con el tiempo su consumo fue creciendo y expandiéndose en el mundo hasta posicionarse como uno de los principales alimentos para el ser humano.

La palabra «papa» es un término quechua.

Del cruce de la palabra batata, palabra originaria de la isla La Española, y papa resulta «patata», nombre que, por la similitud de formas, le fue aplicado en un principio por los conquistadores tanto a la papa como a la batata. Así, en la mayor parte de España se llaman «patatas», excepto en las Islas Canarias y en parte de Andalucía, donde predomina la palabra «papa», al igual que en el resto de los países hispanohablantes.

El primer registro escrito que se tiene del cultivo de la papa, proviene de los cronistas españoles, al describir la forma de vida y alimentación de los indígenas. La papa fue mencionada por primera vez por el conquistador, cronista e historiador español Pedro Cieza de León en su obra Crónica del Perú publicada en Sevilla en 1553. Dice el relato que este producto fue visto en el valle de la Grita, en la provincia de Vélez (Colombia) en 1537.

Otros cultivos de papas fueron vistos en  Quito (Ecuador), así como en Popayán y Pasto, también en Colombia. Por lo tanto, podemos ver que el cultivo de este producto se expandió, a lo menos, en toda América del Sur.

Se cree que la papa fue llevada desde el antiguo Perú a España en 1554 como una curiosidad. Sin embargo, en 1573, las persistentes sequías y hambrunas que azotaron Sevilla, empujaron al administrador de un centro de beneficencia de la ciudad a comprar «los nuevos tubérculos» que, debido a la escasa aceptación que tenían en el mercado, eran vendidos a bajísimos precios. Así comenzaron a plantarlas en la huerta del hospital para proporcionar comida a los enfermos. De esta manera, lo que la gente refinada rechazaba, se convirtió en un excelente alimento para los indigentes hospitalizados. Los frailes del hospital, en vista de los excelentes resultados obtenidos, se dedicaron a plantar papas y por los alrededores de Sevilla comenzaron a verse las flores blancas del nuevo cultivo, que durante la primera mitad del siglo XVII se fue extendiendo por España. Sus cosechas tuvieron como principales consumidores a los soldados y gente más pobre de la sociedad.

Luego fue llevada a Roma y, en 1588, el naturalista Carolus Clusius la describió como una «pequeña trufa» o «tartuffoli». Thomas Hariot, hacia 1586, llevó a Inglaterra ejemplares procedentes de las costas de Colombia.

A finales del siglo XVI la papa ya era un alimento común en Italia, Alemania, Polonia y Rusia. No así en Francia. Sería el farmacéutico y gastrónomo Antoine Parmentier quien popularizará el consumo de este tubérculo en ese país a fines del siglo XVIII. Parmentier era conocido por sus banquetes, en los cuales ofrecía la papa como una rara novedad culinaria.

En el siglo XVII, Europa tuvo que soportar los efectos de unos inviernos tremendamente duros que afectaron a la producción agrícola. A ello se unieron las enfermedades y las guerras, lo que redujo bastante la mano de obra disponible para el campo. Estas penurias tuvieron una cierta prolongación en el siglo XVIII, a las que se sumaron la inestabilidad social y política de Francia. Durante esta época de inestabilidad hasta fines del siglo XIX, la papa llegó a ser el alimento base de la población. Por ejemplo, Napoleón I pudo reunir y alimentar grandes ejércitos a merced de la papa como alimento principal.


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