Como la escultura es casi tan antigua como el hombre, en este texto solo se abarcará su desarrollo hasta el estilo denominado Rococó.
Desde el comienzo de este arte en tiempos prehistóricos, la principal inspiración de los escultores ha sido la figura humana, aunque con distintas motivaciones o connotaciones.
Las representaciones del hombre primitivo estaban relacionadas con la magia, la religión y también con la utilidad (tallado de herramientas y utensilios). Sin embargo, con el paso del tiempo, estas figuras perdieron su simbolismo y funcionalidad, surgiendo la preocupación por reproducir la belleza. Esta finalidad determinó el nacimiento del “arte de la escultura”.
A medida que se fue desarrollando la civilización, se acentuó la utilización de las figuras humanas tanto femeninas como masculinas, en algunos casos mezclándolas con rasgos animales para representar a los dioses (pueblos mesopotámicos). También es importante la exaltación de los soberanos (egipcios).
Con los griegos se humanizan tanto las esculturas, que dada su perfección parece como si se tratara de personas congeladas cubiertas de mármol -tipo de piedra, principal material utilizado en esa época-.
Grecia marcó un hito en las artes. La perfección y la belleza no solo están presentes en la escultura, sino también en la arquitectura. Su estilo para crear ha sido denominado clásico, y sus formas y detalles aún son estudiados.
Roma preservó este estilo, introduciendo un mayor realismo en los retratos, sobre todo en los de los emperadores, y en los relieves históricos.
Durante la Edad Media, las esculturas pasaron a segundo plano respecto a la arquitectura. Casi fueron exclusivamente un complemento de esta, al estar destinadas a la ornamentación de grandes construcciones, como, por ejemplo, castillos, palacios e iglesias. Las figuras estaban relacionadas con los textos bíblicos, ya que en ese tiempo primaba el teocentrismo; es decir, todos los aspectos de la vida giraban en torno a la creencia en Dios.
El Renacimiento marcó el retorno al estilo clásico. Un claro ejemplo del brusco quiebre respecto al período anterior es la reaparición de las representaciones del cuerpo humano desnudo.
El barroco surgió en Italia a principios del siglo XVII y se caracterizó por su exuberancia, la bella expresión de emociones, y, en algunos casos, también por su dramatismo.
Como ya lo señalábamos, terminamos con el Rococó, estilo ornamental principalmente de interiores, surgido en Francia y que se difundió por Europa durante el siglo XVIII.