Durante la Edad Media, el poder era compartido entre la Iglesia y el monarca. La Iglesia, encabezada por el Papa, tomaba las decisiones en los asuntos espirituales, mientras el poder temporal era ejercido por otras instituciones encabezadas por un rey o un emperador.
Sin embargo, con la serie de transformaciones sociales, políticas, culturales y filosóficas ocurridas con el Renacimiento y la Reforma, cambió el escenario europeo. Con el Absolutismo, los monarcas se consideraban representantes de Dios en la Tierra y por ello su autoridad era santa y absoluta, como la de Dios.