Antiguamente, el término oxidación se aplicaba a todas aquellas reacciones donde el oxígeno se combinaba con otra sustancia. Así, la sustancia que ganaba oxígeno se decía que se oxidaba, y la que lo perdía se consideraba que se reducía. Posteriormente, los términos oxidación y reducción se aplicaron a procesos donde hay transferencia de electrones. Así, la sustancia pierde electrones se dice que se oxida, y la que los gana es la que se reduce.
Siempre que se realiza una oxidación se produce una reducción, y viceversa, ya que se requiere que una sustancia química pierda electrones y que otra los gane. Se dice que la oxidación y la reducción son fenómenos concomitantes, porque no es posible que una se realice sin la otra.
Un ejemplo de oxidación se produce cuando el sodio reacciona con el oxígeno, lo cual hace formar el óxido de sodio (Na2O). En este caso, se dice que el átomo de sodio se oxida y esta es la reacción:
4Na + 02 2Na2O
Las oxidaciones pueden ser lentas o rápidas, pero en todas ellas se libera energía. Sin embargo y por lo general, el término oxidación se aplica a procesos cuyas manifestaciones son lentas y en donde la energía que se produce no se percibe, porque se disipa en el ambiente. Por ejemplo: la respiración, la corrosión de los metales, la putrefacción de la madera, el envejecimiento del cuerpo, etc.
En las oxidaciones rápidas los efectos son inmediatos y claramente visibles. En estas reacciones se generan grandes cantidades de calor, y debido a esto, se puede producir una llama. Esto es lo que se conoce como reacciones de combustión.