Mientras los dioses creaban el mundo, de los restos del cadáver putrefacto de Ymir surgió una enorme cantidad de gusanos. Como seres vivos, merecían un nombre y un lugar donde vivir, de modo que a los más bondadosos se les otorgó un cuerpo brillante y hermoso, etéreo y delicado, y se les dio el nombre de elfos de la luz o duendes. De su familia también son las hadas. Odín les dio el reino de Alfheim, el territorio aéreo a medio camino entre el suelo y el cielo. En todo caso, podían bajar a la tierra cuando quisieran, para cuidar de sus plantas, disfrutar con los animales, o jugar sobre la fresca hierba de los campos.
Los más crueles y malvados recibieron un cuerpo imperfecto y pesado, con verrugas y jorobas. Se llamaban enanos o elfos oscuros. Eran criaturas traviesas y bromistas, con habilidad para trabajar los metales. Vivían en un lugar llamado Svartalfheim. Muchos de estos seres no podían ver la luz del día; por eso vivían en la oscuridad, bajo tierra, y sólo salían de noche.
Una vez que todo estuvo creado, los dioses Odín, Vili y Ve salieron a pasear junto al mar. Allí vieron dos troncos de árboles caídos y decidieron crear algo nuevo con ellos: unas criaturas muy parecidas a los dioses, los primeros humanos. El hombre, que había sido creado a partir de un fresno, se llamó Ask (fresno); la mujer, Embla, nació de un olmo. Estaban vivos y eran libres. Habían recibido el don del pensamiento y el lenguaje, el poder de amar, la esperanza y la fuerza del trabajo, para que gobernasen su mundo y dieran nacimiento a una nueva raza, sobre la que los dioses estarían ejerciendo su tutela permanente. Recibieron la tierra de Midgard para que vivieran en ella.
En el océano primitivo que rodeaba el mundo de los hombres vivía una serpiente gigante y venenosa, Jormungand.
Debajo del Midgard estaba el tercer mundo, el Niflheim. Era la morada de los muertos, infierno sombrío, húmedo y glacial, en el que vivían los gigantes y enanos, cubiertos de hielo y escarcha. Este reino subterráneo era el de la diosa Hel. A su entrada había un perro monstruoso, Garm, que cuidaba de que ningún ser vivo entrara. Este lugar también era el hogar del dragón Nidhogg (en algunos textos también hablan de una serpiente).