Cuatro años estuvo en Lima recibiendo la preparación que en esos tiempos se proporcionaba a la nobleza del Virreinato.
Atrás quedaba la vida sencilla y las clases elementales de los colegios chilenos. Ahora Bernardo recibía lecciones de latín, filosofía, álgebra y ciencias.
Un mundo de vanidad, de riqueza y poderío se reveló a los ojos del muchacho que entraba a la adolescencia, mientras vivía en la Ciudad de los Reyes de finos palacios barrocos y enjoyadas iglesias.
Sin embargo, una vez más, Bernardo fue embarcado por orden del gobernador Ambrosio O’Higgins.
El pequeño Lord
Esta vez su destino fue Londres, para completar su educación. Ya casi hombre, la vida en tierras extrañas y con un idioma distinto se hizo difícil, agravadas por problemas económicos.
Aún cuando su padre dispuso el envío oportuno, adecuado y periódico de dinero para su subsistencia, los encomendados para esta tarea se encargaron de que ello no fuera así.
Hospedado en una pensión en Richmond, compartía junto a otros estudiantes su condición de extranjero. Pero era el más extraño de todos ellos.
Oriundo de un país llamado Chile – que nadie conocía ni remotamente – e hijo de un poderoso magnate de las Indias que acababa de ser nombrado Virrey del Perú, le daba un especial halo de misterio.
Su aire callado, su actitud triste y su pobreza no pasaron inadvertidos para Carlota Eeles hija del dueño de casa y un día esa relación pasó los límites que distinguen la amistad del amor.
Buen alumno, estudioso y dedicado, muy pronto llegó a dominar el inglés, a destacarse en literatura francesa y a progresar en historia y geografía. Todo ello, que bastaría para llenar la vida de cualquier joven, no fue, sin embargo, impedimento para que Bernardo encontrara tiempo para dedicarse a la plática y la tertulias.
Así, tuvo oportunidad de trabar amistad con un hombre que sería decisivo en su vida, el venezolano Francisco de Miranda, general de los ejércitos de la Revolución Francesa, confidente de la emperatriz de Rusia e íntimo amigo del ministro Pitt, de Inglaterra.
En él encontró Bernardo los primeros ecos del llamado libertario. Lo que Washington había hecho en la colonias inglesas- decía Miranda- era preciso realizarlo en América. «Urgía romper esas ataduras de humillación y gozar a pleno pulmón de los aires puros y estimulantes de la libertad».
Fue suficiente para Bernardo Riquelme.
Miranda acababa de señalarle todo un propósito de vida y en su apasionamiento, el joven pareció vaticinar su propio destino. Dijo: «permitid, señor, que yo bese las manos del destinado por la Providencia para romper esos hierros que nuestros compatriotas y hermanos cargan tan ominosamente, y de sus escombros nazcan pueblos y repúblicas que algún día sean el modelo y el ejemplo…».
Pero de estas exaltadas emociones, la vida lo obligaba a aterrizar en una realidad prosaica y miserable.
Los administradores del dinero enviado por su padre, dos relojeros, habían recortado sus entradas a tal punto que el joven ni siquiera tenía para comer.
Un enfrentamiento con los usureros sólo logró que perdiera definitivamente su dinero, y Bernardo muy a su pesar, debió abandonar sus estudios cuando sus progresos eran notorios.
De su padre, ahora Virrey y Marqués, no había tenido jamás una misiva, pero ello en nada hacía disminuir su admiración por el hombre que junto con darle la vida, también le ofrecía una educación esmerada.
Y le escribió: «Amadísimo padre de mi alma y mi mayor favorecedor: espero de V:E: excuse este término tan libre de que me sirvo…».
Sin embargo, a tan cariñosa carta no hubo respuesta, y Bernardo siguió anclado en Londres llevando una vida miserable.
Su situación económica era tan estrecha, que debió vivir de la caridad de sus amigos, hasta que finalmente, en 1799, nueve años después de haber salido de su patria, Bernardo se embarcó rumbo a España.
Forzado a permanecer en esas tierras, le dio la oportunidad para ingresar a la Logia Americana e iniciarse en sus secretos. Esta predicaba que «las monarquías estaban perdiendo la fuerza y que los pueblos tenían el derecho a la autodeterminación».
En 1800 se embarcó en la fragata Confianza que fue atacada por los ingleses. Sólo los conocimientos del idioma inglés de Bernardo impidieron que la fragata fuera hundida con todos sus tripulantes. Finalmente apresado, fue abandonado en Gibraltar.
De regreso a España se vio en la obligación de retornar a la casa de don Nicolás de la Cruz, su apoderado que tan fríamente lo había recibido cuando recién llegó a España. Fue precisamente allí donde casi lo sorprendió la muerte. La fiebre amarilla que había comenzado a hacer estragos en Andalucía alcanzó al joven Bernardo.
Ya sin esperanzas de sacarlo con vida de este trance, le fueron administrados los últimos sacramentos adquiriéndose de inmediato un ataúd para evitar que el contagio se extendiera.
Sólo su gran fortaleza de espíritu y su enorme deseo de vivir para retornar a su Patria, llevaron a Bernardo en último esfuerzo a pedir que le suministraran quina, y más por complacerlo, que por fe en la eficacia del remedio, accedieron a dárselo. Fue su salvación.
Una carta de su madre le informaba que había fallecido don Simón Riquelme, su abuelo.
Por otra parte, su lejano padre don Ambrosio O’Higgins, había sido destituido del Virreinato y en esa tan grave situación, Bernardo había tenido indirectamente su cuota de responsabilidad.
Ello solamente quedó claro para el joven cuando don Nicolás – el dueño de casa- lo echó por órdenes de don Ambrosio, y la razón no tardó en conocerla. En la corte de España se había sabido de los planes revolucionarios de Miranda y que uno de los cómplices era nada menos que el propio hijo bastardo del Virrey.
Don Ambrosio fue depuesto de su cargo y ésto, sumado a sus ochenta años, provocó su muerte.
Sin embargo antes de morir, pesó en su conciencia el recuerdo de ese hijo al que sólo vio una sola vez cuando era niño, y de su puño y letra, para que ningún escribano se enterara de su secreto, redactó su testamento.
El joven Bernardo tendría asegurado su futuro con la valiosa hacienda Las Canteras en el Reino de Chile, además de tres mil cabezas de ganado vacuno…