¿Sabías que la mayoría de los españoles que vinieron a América no eran de la élite? Pues sí, eran hidalgos, hombres con buenos apellidos, que durante mucho tiempo se dedicaron a la guerra, pero que al no haber guerras quedaban sin trabajo y por lo mismo sin recursos, pues sobrevivían gracias a los botines que obtenían de sus enemigos.
Cuando Cristóbal Colón llegó a América y se regó la voz en Castilla y Aragón (la futura España) de que había oportunidad de venir a buscar riqueza, los hidalgos fueron los primeros interesados, reuniendo como pudieron los recursos para financiar su ambiciosa empresa de conquista, es de ahí que surge el dicho «hacerse la América».
Las expediciones partieron en Panamá y luego se fueron orientando a los grandes imperios que existían en América en esos tiempos: Los incas y los Aztecas.
Los territorios Aztecas fueron ocupados por Hernán Cortés, personaje que algunos describen como un gran estratega, pues observó muy bien a su objetivo antes de conquistarlo, su plan se basó en primera instancia en presentarse como alguien de mucha importancia, enviado por los poderosos reyes de España, y para su beneficio fue confundido como un dios, por lo que las puertas de Tenochtitlán se abrieron dándole la bienvenida, cuando los Aztecas se dieron cuenta del engaño y lo hicieron retroceder, el astuto Cortés se reunió con sus enemigos y eliminó a su cabeza gobernante, dejando al imperio sin un líder y con un vacio que ocuparía según su propia voluntad.
Una estrategia parecida uso el conquistador de la cultura Inca, Francisco Pizarro en el año 1532, inmediatamente al llegar a tierras incaicas citó al Sapa Inca a una entrevista en la localidad de Cajamarca, para manifestarle sus intenciones, sin embargo utilizó la oportunidad para tomar a Atahualpa de prisionero, con la justificación de que este se había negado a aceptar la fe católica y asesinándolo casi un año después, así descabezaría al imperio. Inmediatamente después conocería a uno de los herederos del trono Inca y se aliaría con él siendo recibido en el Cusco, capital del imperio, siendo recibido con los brazos abiertos. El nuevo Sapa Inca se demoraría demasiado en ver las verdaderas intensiones de Pizarro, cuando lo notó organizó una insurrección, pero Cortés estaba preparada contando con la ayuda militar de todos los pueblos que habían sido obligados por los Incas a darles tributos, la insurrección no fue exitosa, quedando los máximos poderíos americanos en manos ajenas.