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La comunicación es entendida, por lo general, como una actividad que involucra a más de uno, pero lo cierto es que también podemos estar comunicando hacia un receptor indeterminado o global, es decir todos, como es el caso de aquellos  mensajes que están destinados a remover conciencias, interpelarnos como seres humanos, convocarnos a un llamado como ciudadanos, hacernos reflexionar, etc.

Lo fundamental es la capacidad para llamar la atención mediante un discurso claro y preciso, exponiendo ideas de modo organizado y secuencial a fin de que el receptor extraiga claramente los sentidos y en ningún momento dude de su adherencia a la causa que motiva el mensaje.

Cinco principios es importante considerar:

Pertinencia: el mensaje debe tener contenido y significado,  siendo fundamental que las palabras utilizadas sean escogidas cuidadosamente  así como también  gráficas o símbolos que lo conforman.

Sencillez: para que pueda ser comprendido por todo tipo de receptor, lo que no quiere decir que debe ser pobre.

Organización: el mensaje debe disponerse en una serie de puntos que faciliten su comprensión cumpliendo con la conclusión de cada uno de los puntos propuestos.

Repetición: los puntos principales del mensaje deben formularse al menos dos veces para que estos se fijen en la memoria del receptor.

Enfoque: el mensaje debe ser claro prescindiendo de detalles innecesarios.

Revisemos un par de ejemplos:

Inicio del mensaje de Pablo VI  para la celebración del «Día de la Paz», 1° de Enero, 1968:

«Nos dirigimos a todos los hombres de buena voluntad para exhortarlos a celebrar «El Día de la Paz» en todo el mundo, el primer día del año civil, 1 de enero de 1968. Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura…»

Fragmento de respuesta del Jefe Seattle a la carta enviada por el presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, en 1854  ofreciendo comprarle territorios del noroeste del país:

«El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿Cómo es posible que usted se proponga comprarlos?…»

 

¿Cuál sería aquello que te motivaría a dirigir un mensaje masivo, por ejemplo a los adultos de hoy?