El conflicto en el Golfo Pérsico había perseguido objetivos que nunca llegaron a concretarse. Por un lado, después de finalizada la guerra se esperaba la caída del dictador iraquí, Saddam Hussein, cuya figura, por el contrario, salió fortalecida, afirmando el control sobre el país y atacando brutalmente todo asomo de disidencia.
Asimismo, se previó la democratización de Kuwait, un mayor acercamiento de Arabia Saudita al mundo occidental y el hundimiento de la Organización para la Liberación Palestina, pero nada de esto llegó a ocurrir.
En cambio, sí tuvo otras consecuencias imprevistas, como la relación que se dio entre la anexión de Kuwait por Irak con el principio de la solución del problema palestino-israelí; la pacificación de Líbano por el nuevo papel de Siria, y el gran impulso que recibió el integrismo islámico.
Una vez que concluyó la guerra del Golfo Pérsico se inició, por un lado, el intento del establecimiento de un nuevo orden mundial, que había sido expuesto por el Presidente estadounidense en las primeras semanas de la crisis del Golfo, y por otro, el complicado proceso de negociación para conseguir una paz global en el Medio Oriente.
