Enfrentados hoy a la posibilidad de aplicar la técnica del trasplante de médula ósea a los seres humanos, resulta relevante conocer los fundamentos que existen detrás de este procedimiento.
Saber sobre él permite que los estudiantes comprendan mejor, a través del conocimiento aplicado, la información que los profesores y los libros le han enseñado sobre el rol de la célula como unidad fundamental de la vida.
Trasplante de médula ósea
Esencialmente hay tres tipos de trasplante de médula: el primero de ellos se denomina autólogo, que es aquél en donde se usa la misma médula del paciente y, por lo tanto, no se enfrentan problemas de incompatibilidad ni de rechazo.
El segundo de ellos se denomina singénico, en donde el donador y el receptor son gemelos idénticos, por lo que tampoco hay problemas de rechazo o incompatibilidad, ya que las células que componen a cada uno de los dos seres son teóricamente iguales.
Y el, tercer tipo de trasplante es el alogénico, en el cual donador y receptor son familiares muy cercanos (general-mente un hermano) que comparten los grupos llamados de histocompatibilidad.
Es este último tipo de trasplante de médula ósea el que presenta un mayor grado de dificultad y es, curiosamente, el que, de acuerdo a las leyes de probabilidad, tiene la más alta demanda.
¿Por qué razón? Debido a que porcentualmente pocas las personas del mundo que tienen un gemelo idéntico o que, afectadas por una enfermedad tratable a través del trasplante de médula ósea, tengan la propia en condiciones de salud que permita el procedimiento autólogo.
Vigía celular
La histocompatibilidad necesaria en el trasplante alogénico es algo que va más allá de la compatibilidad de los grupos sanguíneos.
Tanto así, que se puede traspasar la barrera y cambiarle el grupo sanguíneo a una persona, porque más importantes son las moléculas de proteína que estas células tienen en la superficie, y que son las que le permiten reconocer al yo del no yo; lo propio de lo no propio.
Estas células tienen en la superficie características tan específicas que le permiten reconocer a las células ajenas. Allí, en dicha proteína, reside lo que se llama antígeno de histocompatibilidad, información que está ubicada en el cromosoma 6, y que es de cinco tipos.
Estos cinco tipos se llaman complejo mayor de histocompatibilidad (el complejo A, el B, el C, el DR y el cultivo mixto de linfocitos).
Para buscar al dador adecuado se hace una tipificación, igual como se hace para los grupos de sangre, pero aquí, en vez de haber 4 alternativas, hay 500.
En el laboratorio se juntan los linfocitos del donador y el receptor y con técnicas especiales se observa si hay reacciones de uno contra otro.
Si los grupos son idénticos, es decir compatibles, no hay reacción en el cultivo de laboratorio y entonces se habla de un donador histocompatible.