La antigua Roma ha dejado un gran legado en la cultura que ha traspasado las barreras del tiempo hasta la actualidad. Su espacio influyó de sobremanera en su desarrollo, por lo mismo su geografía es una de sus virtudes a estudiar.
La Roma antigua se ubicó en el continente europeo en la imponente península Itálica bañada por el Mar Mediterráneo. Este mar fue protagonista y testigo del surgimiento de varias culturas antiguas y también contemporáneas.
La península que ocupó la cultura romana se encuentra en el centro del mar. Ello influenció el dominio romano en las costas mediterráneas y por lo tanto de las culturas aledañas.
Ha de ser en este espacio geográfico donde se formara un enorme legado cultural del mundo clásico, que llega hasta nuestros días y aún vigente. La lengua, la filosofía, la ciencia, y conceptos como los de ciudadanía, democracia o el papel de la ciudad en la configuración de la vida política occidental.
Fronteras de la antigua Roma
Al norte la antigua Roma, conformada por una península, limitaba con la cadena montañosa de los Alpes. Al sur se encuentra el Mar Jónico, al este con el Mar Adriático y al oeste con el mar Tirreno.
El territorio está compuesto además de una importante cadena montañosa llamada Los Apeninos, que a pesar de dividir la península en el centro de su longitud posee pasos naturales que permitieron la comunicación efectiva entre este y oeste. Y, por lo tanto, también entre el mar Adriático y el mar Tirreno.
El desarrollo de la cultura romana se vio facilitado por sus diversas fuentes de agua dulce como el río Pó ubicado en el norte de la península, y el río Tiber en el centro. Este último río se conoce como el lugar de origen mitológico de la cultura romana, en la historia de los hermanos criados por una loba: Rómulo y Remo.
El clima del lugar se caracteriza por la influencia del factor latitudinal y cercano al mar. Su ubicación subtropical le otorga el carácter de templado, teniendo una variedad climática inspirada en el mismo mar que lo rodea: el Mediterráneo.
El clima Mediterráneo se caracteriza por una estación seca y calurosa y un invierno frío y con presencia de precipitación. Y aunque esta es la etapa del año más breve, habiendo en ocasiones largos meses de sequía.
A pesar de ello, la presencia de este tipo de clima sumado a las naturales fuentes de agua dulce, enriquecidas por la existencia de cadenas montañosas, permitieron que Roma gozara de una amplia ventaja agropecuaria.
Los cultivos crecen en estas condiciones casi sin dificultades e incluso de manera excepcional. Destacan los olivos y las vides, pues la vegetación que mejor se da son árboles y arbustos de mediana altura.