El resultado de la división de África fue desastroso para la población nativa. Tuvo que sufrir el desarraigo total de sus costumbres y sus culturas, obligada por los intereses coloniales, que la sometía a trabajos forzados o la aislaba en reservas.
Además, los misioneros católicos y protestantes, en su afán de «civilizar a los bárbaros», les exigían renunciar a sus creencias, quemando sus dioses y destruyendo sus templos.