Uno de los exponentes flamencos fue Pedro Pablo Rubens (1577-1640), gran humanista y conocedor de idiomas. En sus obras abordó temas históricos, mitológicos, batallas y desnudos. Además de escenas folclóricas y religiosas, supo mezclar lo religioso con lo pagano en un intento por complementar el dolor y la alegría, lo interno y lo externo del hombre. Los colores eran muy reales, ya que en las telas brillaban las diversas gamas luminosas, dando la sensación de realidad, todo esto acompañado de figuras humanas gordas y corpulentas, características del Barroco.
Jacobo Jordaens (1593-1678) se destacó por la mitología en sus obras y por su capacidad de maravillar a los observadores, con un clima ideal y escenográfico típico de los flamencos.
Antonio Van Dyck (1599-1641), en cambio, fue el mejor alumno de Rubens. Trabajó en Italia e Inglaterra, donde alcanzó su máximo apogeo como pintor. Fue uno de los mejores retratistas de la época, utilizando en sus cuadros variados tonos azules que daban el sello a su obra. Esto puede apreciarse en su obra Carlos I de Inglaterra.
Rubens, Jordaens y Van Dyck son exponentes flamencos del lado católico. Veamos quiénes se encontraban en el ala protestante.
El principal representante fue Rembrandt (1606-1669), destacado no solo por su gran talento sino también por la gran variedad de géneros que abarcaron sus obras, entre retratos, paisajes, historia, religión y escenas nocturnas donde el claroscuro era un elemento importante en la composición, convirtiéndose en uno de los sellos de su pintura. En las obras Autorretrato y La ronda nocturna se pueden apreciar ampliamente el juego de luces y sombras y el perfecto contraste entre lo claro y lo oscuro.
Por otro lado estaba Frans Hals (1548-1605), pintor holandés que se caracterizó por pintar tabernas y costumbres del pueblo donde vivía. Sus obras reflejaban un cierto optimismo, o al menos, alegría, ya que las figuras humanas se mostraban tranquilas y normalmente sonriendo.
Juan Vermeer (1632-1675) fue el último de los exponentes flamencos del Barroco, y se dedicó a captar los interiores de las casa holandesas del siglo XVII. Sus obras son bastante pequeñas, con elementos en miniatura, aunque lo que se exalta con gran fuerza es la figura de una mujer dulce y tierna dentro de la composición.
Por su parte El Greco (1540-1614), uno de los principales pintores del Barroco español, vivió desde un comienzo la influencia de Tiziano y Tintoretto, pero será en su madurez cuando alcance la fama con figuras estilizadas, alargadas y profundamente místicas. Su obra más importante fue El entierro del conde de Orgaz, dividida en dos secciones. En la parte inferior se hallan los personajes terrenales y en la superior Dios y los santos, entre hermosos colores.
Pero sin lugar a dudas, Velázquez (1599-1660) fue el genio de la pintura española durante este período. Sus obras recuperan la mesura perdida durante los años anteriores, pero sin dejar de lado la importancia del espacio dentro del cuadro, lo que se puede apreciar básicamente en su obra más famosa, Las Meninas, donde representa a personajes de la familia real y sus más cercanos. Sus obras Los borrachos, de variada composición, y Las lanzas, son pinturas difíciles de olvidar hasta hoy.
José Ribera (1591-1632) también fue un importante pintor español, que recibió una profunda influencia italiana. Su arte se caracterizaba por mostrar flácidas figuras y carnes de los santos envejecidos, además del marcado contraste del claroscuro.
Francisco Zurbarán, en cambio, reflejaba el misterio que existía dentro de él en sus obras, aunque básicamente se dedicó a los monjes, bodegones y naturalezas muertas.
Junto a él, Bartolomé Esteban Murillo, con sus colores pardos y tostados se preocupa de dar realismo a las obras que realiza, como una forma de acercar más la imagen a la realidad de cada persona. El óleo más conocido de Murillo, y tal vez uno de los más bellos, es Niño mendigo.