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Opinión de Cristián Bellei, del Programa de Investigación en Educación de la Universidad de Chile.
La Tercera, 03 de junio de 2007

El 21 de mayo la Presidenta invitó al país a realizar «un gran esfuerzo nacional para garantizar la calidad educacional», desafío que definió como «el compromiso central» de su gobierno. Hace unas semanas, al presentar el proyecto de Ley General de Educación, la Presidenta había hablado de construir «la nueva arquitectura de la educación chilena»; en esta cuenta anual, profundizó en la metáfora arquitectónica señalando que esta transformación tiene tres pilares: un nuevo marco regulatorio, una nueva Superintendencia y un aumento de recursos financieros.

Aunque hay importantes aspectos de debate al interior de cada uno de estos tres pilares, existe también un amplio acuerdo en que todos ellos son necesarios, porque abordan falencias a estas alturas evidentes de nuestro sistema escolar: la Loce que nos rige no tiene como foco ni la calidad ni la equidad educativas, la autoridad pública carece de instrumentos efectivos para promover y «exigir» un mejor servicio educativo, y -por último- para potenciar un proceso de mejoramiento escolar a escala nacional se requieren mayores recursos públicos y más equitativamente distribuidos.

Sin embargo, para sostener un edificio los pilares necesitan cimentarse en una base sólida. En educación, esa base son las capacidades docentes para enseñar y las capacidades de los administradores para gestionar las escuelas y liceos. Sin una preocupación explícita por desarrollar dichas capacidades, la nueva reforma educacional (como la ha denominado el Ministerio de Educación) verá seriamente limitado su impacto en el aprendizaje de los alumnos.

La evidencia disponible de países que han intentado este tipo de reformas indica que poner metas y plazos exigentes a las escuelas y sus profesores, y luego sancionar (o amenazar con sancionar) severamente a quienes no las cumplen, no sólo no garantiza el mejoramiento buscado, sino que puede tener efectos contraproducentes, como, por ejemplo, aumentar la discriminación hacia los estudiantes más necesitados o empeorar el ya deteriorado clima de convivencia en muchas escuelas. Esos mismos estudios señalan que el factor clave para que estas reformas tengan alguna viabilidad es precisamente el mejoramiento de las capacidades de docentes y administradores educacionales; sin embargo, estas capacidades no se generan por la sola presión o amenaza, tampoco porque haya más presupuesto.

Por eso, el Consejo Asesor Presidencial recomendó modificaciones sustanciales en estos dos ámbitos. Por una parte, hacer que la administración de las escuelas públicas esté en manos de agencias especializadas en la gestión educativa, más profesionales, con mayores atribuciones y responsabilidades que en la actualidad. Ciertamente, algunas municipalidades han hecho grandes esfuerzos por entregar una buena educación, pero otras no. Tal vez sus alcaldes no la ven como un área estratégica para su gestión, quizás el municipio tiene otras urgencias muy atendibles que ha debido priorizar. Sin embargo, los alumnos que asisten a establecimientos públicos merecen que el mejoramiento de sus escuelas y liceos sea siempre la primerísima prioridad de quienes los tienen a cargo.

Por otra parte, el consejo propuso crear una carrera profesional docente que promueva el desarrollo de los profesores, que valore sus capacidades y el buen desempeño, en donde la desidia y el estancamiento signifiquen un riesgo y el trabajo bien hecho, una seguridad; una carrera docente donde la medida de todas las cosas sea crear mejores oportunidades de aprendizaje para los alumnos a quienes se educa. Esto implica un gran cambio de las reglas que rigen la gestión de los recursos humanos docentes. Pero también de las condiciones organizacionales en que trabajan los profesores, así como de los estándares de calidad con que son formados en las universidades.

Suena una agenda compleja y demandante. Lo es. Pero, ¿cómo podría ser de otra forma si se trata de mejorar un sistema escolar en que prácticamente la mitad de los alumnos no logra aprendizajes aceptables?


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