LA TERCERA Lunes 15 de enero de 2007
Por: Elizabeth Simonsen
Antes de los seis meses un bebé no es capaz de buscar un objeto que está debajo de un pañal. Pero a partir de los siete meses, una serie de zonas del cerebro comienzan a tener una sorprendente actividad neuronal. Esto le permite comenzar a darse cuenta de que cuando la madre esconde un objeto, éste no desaparece, lo que refuerza el concepto de permanencia y es la base para el pensamiento lógico-matemático. A la primera repetición, se crea una conexión neuronal. A la segunda, la sinapsis se estabiliza y a la tercera vez se crea una nueva ramificación neuronal. Si, por el contrario, no se ejercita, el daño en el menor es difícilmente reversible.
Esta es la principal conclusión de la neurociencia, que tras una década de investigación, ha revolucionado la educación preescolar al introducir la importancia de la estimulación temprana y el concepto de “ventanas de oportunidades”: períodos críticos que se producen entre los cero y tres años. “Ha cambiado el concepto de educación. Antes no se consideraba a los niños menores de tres años como sujetos con derecho a recibir educación, sino sólo protección y cariño”, dice Victoria Peralta, de la Universidad Central.
La neurociencia ha revolucionado la enseñanza en esta etapa, estableciendo mecanismos para la estimulación de los niños pequeños. Pero Chile no contaría con suficientes profesionales calificados para su aplicación: sólo tres de los 42 planteles que dictan la carrera, abordan estas materias. |
Chile tiene bastante camino por recorrer todavía, pues si bien el nuevo currículo de la educación parvularia recoge los conceptos de la neurociencias no hay modo de llevarlo a la práctica. Según la investigación realizada por el director del Cide, Juan Eduardo García Huidobro, sólo tres universidades que imparten la carrera de Educación Parvularia tienen cursos de neurofisiología del desarrollo y sólo una el de neurociencia. Además, con la meta del gobierno de Bachelet de ampliar las salas cuna se cubrirá sólo el 10% de los niños menores de dos años y el 30% de los de tres a cuatro.
El aporte decisivo
Desde fines de los ‘90 las neurociencias han llegado a conclusiones sorprendentes. Según explica Paula Bedregal, de la Escuela de Medicina de la UC, al momento de nacer, el cerebro de un lactante posee mínimas conexiones y senderos neuronales y sólo está dotado de capacidades de sobrevivencia, como los reflejos de succión y llanto. Sin embargo, desde ahí y hasta los tres años de vida, las sinapsis -conexiones entre las neuronas- se suceden a una velocidad y eficiencia que no se repite en el resto de la vida.
Las ventanas de oportunidad, períodos en los que las zonas del cerebro son eficientes para el aprendizaje, se producen antes de los tres años y se cierran a los 12. |
A los dos años, el número de sinapsis en el cerebro ha alcanzado el promedio de un adulto y a los tres, con casi mil trillones, se duplican las del cerebro adulto, número que se mantiene hasta los diez años, momento en el que comienza a declinar la actividad.
En este proceso, el ambiente juega un rol fundamental en la cantidad y tipo de conexiones. Sin embargo, las regiones del cerebro maduran en distintos momentos, por lo que esos períodos son particularmente eficientes ante el aprendizaje. Por eso, se les llama “ventanas de oportunidad”. Al mes, hay intensa actividad en las áreas cortical y subcortical, que controlan las funciones sensorial y motriz. Cerca del octavo mes, es la corteza frontal la más activa, área que regula las emociones y el pensamiento, con lo que el niño avanza hacia la autorregulación y fortalece su apego con sus cuidadores.
Pero estas etapas cruciales se cierran a los 10 ó 12 años de edad. “Esto no significa que si no hay estimulación en dichas zonas en los períodos críticos, el daño será irreversible. Pero sí se requiere mayor tiempo y estímulo para el aprendizaje”, explica Peralta.