En este proceso tuvo una particular importancia la música en cuanto permitió agregar un elemento sonoro a los símbolos de la conquista española, la espada y la cruz.
La iglesia tuteló con gran celo el quehacer musical de América, trayendo repertorios desde las catedrales de Sevilla y Toledo en el siglo XVI, el Siglo de oro de la polifonía española. Asimismo, las órdenes religiosas llegadas a América contribuyeron enormemente a la expansión de este corpus eclesiástico oficial, debido a su capacidad para llegar más allá de las grandes urbes coloniales (e internarse en tupidas selvas) y trabajar mano a mano con los naturales. De todas estas órdenes, la más importante desde el punto de vista musical fue la jesuita, cuyo estilo evangelizador procuró el aprendizaje mutuo de las tradiciones religiosas y musicales, dejando un acervo fundamental de música, instrumentos y documentos en diversos puntos del continente americano. En el caso de Chile, las principales órdenes llegaron en un lapso de menos de 50 años: los mercedarios entre 1549 y 1551, los franciscanos en 1553, los dominicos en 1557 y los jesuitas en 1593.
Las festividades religiosas que el culto español prefirió durante el siglo XVI fueron la Inmaculada Concepción, Corpus Christi (actualmente, la más importante en América católica), la fiesta del Apóstol Santiago (Patrono de la ciudad), la Virgen del Socorro y el Paseo anual del Estandarte, esta última no religiosa. Desde el siglo XVII y producto del empuje vital del acervo popular, las actividades religiosas lentamente se fueron tiñendo de la influencia de la música indígena y popular, permitiendo así la realización de ritos de aceptación masiva, propios de la religiosidad popular que hoy conocemos.
Se agregarán a las fiestas mencionadas las de Epifanía, Pascua de los Reyes Magos, Navidad, las dedicadas a la Virgen María y las de Semana Santa, a las cuales acudían en procesión cofradías, asociaciones de laicos, órdenes seculares y fieles de todas las clases sociales y edades. Como resultado de este proceso de creciente religiosidad, hacia 1730 las actividades religiosas practicadas en nuestro país crecerían considerablemente, sumándose también las fiestas de San Saturnino (abogado de la ciudad), San Sebastián (para la peste), San Antonio (para las inundaciones) y la Fiesta de la Cruz y los santos patronos regionales.
Muchas de estas fiestas están emparentadas, forman parte o están en la base de la religiosidad popular del Chile actual, como puede apreciarse en la fiesta de la Virgen del Carmen de La Tirana, la fiesta del Apóstol San Pedro, la Virgen de la Candelaria, la Virgen de Andacollo, Nuestra Señora del Rosario, en los Bailes de Chinos y en las fiestas patronales de Chiloé.