La respiración es un proceso involuntario y automático, del que no nos percatamos y, sin embargo, es fundamental para la vida. Posee una mecánica que se realiza en fases sucesivas, que se efectúan gracias a la acción muscular del diafragma y de los músculos intercostales.
La primera fase de la respiración es la inhalación. Por la nariz se capta una cantidad de aire, que se dirige hacia los pulmones. Para dar espacio, aumentamos el volumen torácico, manteniéndolo así por unos segundos.
La siguiente fase es la espiración, que se caracteriza porque la caja torácica disminuye su capacidad y los pulmones dejan escapar el aire hacia el exterior.
Recorrido del aire
Al inspirar, el aire entra a la nariz, donde inmediatamente se calienta, humedece y limpia. Luego pasa por la faringe y, a continuación, llega a las amígdalas, que actúan como un filtro destruyendo los organismos patógenos.
El recorrido del aire sigue por la laringe y después por la tráquea, que allí se divide en dos bronquios, los que, a su vez, se conectan a los pulmones. Los bronquios se ramifican y terminan en los alvéolos pulmonares.
El trabajo de los pulmones
Una vez que el oxígeno ha sido inhalado y llega a los pulmones, se realiza el intercambio gaseoso con la sangre. Los alvéolos pulmonares, que son pequeños sacos de aire, terminales de las vías respiratorias, están en contacto con los capilares.
En los alvéolos se efectúa el paso de oxígeno desde el aire a la sangre y, además, el paso de dióxido de carbono (gas de desecho), desde la sangre al aire. Este proceso ocurre entre cada inhalación y espiración.
La respiración tiene como objetivo oxigenar los tejidos del cuerpo y conservar la vida del organismo.
Para que esto ocurra, es necesario el intercambio de gases, que se realiza mediante la sangre y la circulación.
Intercambio gaseoso
Si la cantidad de dióxido de carbono de la sangre aumenta demasiado, el sistema nervioso reacciona haciendo que se acelere nuestra frecuencia respiratoria. Así, se consigue expulsar del organismo este gas de desecho y aumentar la cantidad de oxígeno en el torrente sanguíneo.
Cabe destacar que no todo el oxígeno que ingresa a los pulmones es usado por el organismo; un pequeño porcentaje vuelve a salir durante la espiración.
Calidad del aire inspirado y espirado
La composición del aire que se inspira e ingresa a los alvéolos pulmonares es diferente al aire que se exhala. El aire inhalado posee 20,9% de oxígeno (O2), 0,03% de dióxido de carbono (CO2) y 78% de nitrógeno (N).
Por su parte, el aire que sale durante la espiración tiene 13,9% de O2, 5,5% de CO2 y 78% de N. Es decir, el aire que inspiramos tiene más oxígeno que el que espiramos, y este último posee más dióxido de carbono que el aire inspirado.
Gases tóxicos
En el aire, hay diferentes elementos contaminantes. Inhalamos algunas de estas sustancias dañinas para el organismo, como, por ejemplo, plomo, ozono, óxido de carbono e hidrocarburos, entre otros presentes en la atmósfera.