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Voy por un corredor oscuro, la situación aquí es muy tensa. El ambiente muy frío, y para qué decir lo penetrante que es la niebla.

Oigo gritos, llantos y un deseo de deshacerse de mí, ¿porqué lo hacen?, yo no quiero vivir para siempre aquí, es muy feo el lugar, son demasiados los no videntes, y no pretendo formar parte de ellos. Ella está discutiendo, lo sé porque la siento; quiere quedarse junto a mí, pero él se lo impide, es un mal hombre, lamentable que sea mi padre, pero uno no los elige.

Creo que me está causando temor llegar a mi futura casa, pero él, ese señor tan grande que vi hace unas horas, me dijo que yo debía aceptar a todos como son, con su defectos y virtudes, y si ellos no me aceptaban, tendría otra oportunidad para buscar gente diferente, pero por ahora no hay más que adaptarme.

Un paraje que parecía tornarse más oscuro con el paso del tiempo, contemplaba este muchacho. De pronto, comenzó una desagradable lluvia. En su cantar traía un mensaje de dolor, el cielo estaba llorando por la pérdida de un ser tan celestial por culpa de los humanos. Por culpa de esa mujer que no esperaba recibir a ningún viajero y mantuvo una actitud asesina hasta el final, pero eso la va a perseguir durante toda su vida.

Hoy es el primer viernes del mes de junio, mes en el que un niño inició un viaje sin retorno. Nuevamente llueve, azotando específicamente, una casa pequeña y desgastada en una esquina abandonada de Londres. En su interior, yacía en el suelo una mujer, desangrada. Semiconsciente de lo que había hecho, observaba al niño que cargaba en sus brazos; las lágrimas de ésta
resbalaron por el rostro de la criatura que reposaba como una momia. Estaba pálida, no tenía aliento ni rostro. La mujer sentía que iba a desmayar, cuando en ese instante divisó en una pared de su casa una luz intensa y un coro celestial tan hermoso, que llegaba a ser inquietante. De esa luz, salió un chico; alto, ojos claros, y unos rizos rubios que le colgaban en su cabeza, se acercó a la mujer. Intercambiaron miradas, mientras ella lloraba.

El muchacho estiró los brazos y tomó a la pequeña criatura, la contempló un rato, levantó la mirada y dijo: «¿por qué lloras mujer?, ¿no has sido tú quien llevó nueve meses a esta criatura en el vientre, para luego matarla?… amor a él, tal vez por dinero ¿no?» La mujer miraba sollozando al muchacho, le pedía ayuda casi a gritos. «He sido enviado a salvar a la
esperanza, al pequeño divino. ¡Tú pecadora!, tendrás que esperar a que te juzgue nuestro Padre, por ahora debes pagar por tus errores, y no hay mejor lugar que la tierra».

Vi como alguien me cargaba, y como la oscuridad era ahogada por el gran resplandor, y por fin apreciaba lo que era luz, una gran luz. Pero sentía tristeza por aquella mujer que en el suelo palidecía lentamente con cada paso que daba rumbo a mi nuevo hogar; sin duda, un lugar en el que amor me sobraría y tendría todo el tiempo del mundo para jugar, pero no quería dejar a esa mujer sola.

Ya una vez en el cielo de los niños, busqué con desesperación a mi padre, le conté lo que había sucedido, y también mi necesidad de regresar al lado de esa mujer, para ayudarle y hacerle entender lo maravilloso que era el mundo. Mi padre puso una mano sobre mi cabeza y luego dijo: «Hijo  mío, el sufrimiento es parte de la vida, y nos hace más grandes y fuertes a la hora de cometer errores una vez que los vivimos. Lo que aquella mujer siente, es su castigo por destruir a uno de mis hijos, pero si tú estás dispuesto a regresar hijo mío, te doy esa posibilidad, sin antes decirte lo valiente que eres. estaba escrito, estaba escrito hijo mío, tú conoces que yo sé todo. Ahora regresa con tus alas, como un viajero silencioso a los brazos de tu madre, y enséñale lo que es el amor».

Estaba al borde de la muerte, sabía que ese derramamiento de sangre  terminaría con mi vida, no quiero morir, pero es lo que merezco. La lluvia azotaba mi ventana, de pronto las puertas se abrieron de para en par y dejaron atravesar un frío gigantesco. Ahí venía otra vez esa luz, pero no distinguía a nadie; una figura blanca me dijo: «He vuelto mamita, te quiero
mucho». No comprendía muy bien, me pregunté si estaba muerta, pero no lo estaba, ¿loca entonces?, era una probabilidad, pero tampoco lo estaba, el niño estiró su manito pequeña y finalizó diciéndome: «¿Me quieres mamita?, yo lo sabía, se lo dije a mi papá. Los dos vamos a recorrer el camino de la luz». No comprendí la última frase, sólo ví aquel cegador resplandor plateado que cubrió mi casa, luego abrí mis ojos, y rompí en llanto cuando al ser que tenía en mis brazos, me sonrió con su carita de ángel, y apretó el dedo con fuerza.

-¡Gracias señor, gracias! -fue lo único que dije, y curiosamente, una voz resonó en mi cabeza como eco-.

A un Ángel le pregunté cual era el peor castigo.

Y el ángel me respondió: «querer y no ser querido»

Y yo, mami, le respondí: «No hay amor perfecto sin antes sufrir, y mi decisión, es sufrir».


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