En la zona contigua a la desembocadura del Río Maule se encuentran lagunas estacionales, dunas, bosques, y un acantilado fósil que presenta cavernas. Estas cavernas fueron habitadas por grupos humanos que hicieron uso tanto de los recursos del mar como de la flora, fauna y agua dulce del interior. En una de estas cuevas se detectó una ocupación, sin alfarería, que data del 2040 a.C. aproximadamente. Este lugar, que parece haber tenido un carácter periódico y temporal, indicaría según una hipótesis el inicio del poblamiento de la zona.
Los restos encontrados en el sitio indican una gran movilidad de los grupos humanos. Hay rocas traídas de la cordillera de los Andes para la fabricación de herramientas, así como restos de roedores y vegetales propios del interior, que fueron destinados al consumo. A etapas posteriores corresponden restos de camélidos y de lobos marinos. A lo largo de toda la secuencia se constata el consumo de pescados y moluscos.
El desarrollo de estas poblaciones acontece durante un período de unos dos mil años, hasta que hacia el 200 d.C. se observa en los contextos de cuevas la aparición de alfarería. Se da lugar al mismo tiempo a las primeras ocupaciones estables de las dunas y las lagunas. A una etapa posterior corresponden los instrumentos de molienda, que permiten establecer la existencia de las primeras experiencias agrícolas que, sin duda, conllevaron importantes cambios culturales. Dicha situación se constata durante el 500 y 700 d.C. La variedad de especies explotadas y consumidas se amplía considerablemente, iniciándose la captura de marsupiales y un acercamiento a sectores más profundos del litoral, a los que entre el 700 y 1000 d.C. se agrega el consumo de especies vegetales del bosque aledaño.
El final de esta secuencia se caracteriza por la formación de importantes y densos asentamientos, tanto en Quivolgo como en el resto de la desembocadura, aunque destaca la ocupación de los lugares abiertos, donde las evidencias de molienda aumentan considerablemente. Ahora bien, con la llegada de los españoles a la zona se manifiestan los últimos contextos ocupacionales, cada vez más restringidos a los ambientes aledaños a la desembocadura. Los restos arqueológicos indican la disminución drástica de la cantidad y densidad de los asentamientos, su confinamiento progresivo al interior de las cuevas y a lo alto de las terrazas marinas, el estrechamiento notable de la variedad de los recursos explotados y de las formas de producir alfarería e instrumentos de piedra. Trozos de vidrio, botones para ropa europea -elaborados en concha de choro con técnicas ancestrales-, y la aparición de la rata, son evidencia de las dramáticas trastocaciones y readecuaciones de las estrategias de subsistencia.
Tras la llegada de los españoles desapareció gran parte de la población autóctona que habitaba este lugar. Se cree que probablemente fueron los antecesores de los grupos de lengua mapuche conocidos como promaucaes, lobos monteses. Tal denominación, puesta por los Incas cuando intentaron avanzar hacia el sur de Chile, alude a los grupos enemigos y rebeldes; los españoles la habrían mantenido cuando vieron que se replegaban hacia el sur para resistir la dominación hispana.