En el siglo XVIII, España y Portugal ya no eran los ricos imperios de los siglos XVI y XVII. El oro y los metales preciosos extraídos de América se habían empleado en la adquisición de productos industriales de otras regiones europeas y no para desarrollar una industria local. Como consecuencia de ello, la economía doméstica era sobre todo agraria, cuando la industria inglesa ya florecía en las áreas textil y metalúrgica (hierro y acero).
Además, como sus gobiernos eran absolutistas y despóticos, el crecimiento de la población y la influencia de las ideas liberales provocaron gran inestabilidad social. Por otro lado, ambos reinos tenían inmensas deudas con banqueros de Inglaterra, Francia y otros países europeos, lo cual afectaba su política interna y externa.
Por su parte, las colonias ibéricas en el Nuevo Mundo seguían produciendo una inmensa riqueza, que acrecentó el poder de los criollos, quienes compraban los puestos gubernamentales como si fueran mercancías, de modo que las leyes imperiales solo se cumplían a medias. Ya que España y Portugal imponían el monopolio comercial, el contrabando y la piratería se hicieron prácticas comunes que los comerciantes ingleses ejercían con gran habilidad, muchas veces con la complicidad de los criollos.
Al mismo tiempo y a pesar de la represión imperial, las ideas liberales florecían en las colonias. Las reformas de Carlos III de Borbón en los dominios españoles, que buscaban fortalecer la autoridad peninsular, produjeron gran inconformismo entre los criollos, que ahora tenían mayores impuestos y menos participación en el gobierno. Los jesuitas, expulsados de América en 1767, también realizaron en el exilio una labor de abierta oposición al absolutismo.
El proceso de independencia en la América española puede dividirse en dos grandes fases. La primera, transcurrida desde 1808 hasta 1814, se caracteriza por la actuación de las juntas. Al igual que en España, estas se constituyeron en las ciudades más importantes para tratar de restablecer una legalidad interrumpida por la supresión temporal de la dinastía Borbón y la invasión de la península Ibérica por las tropas de Napoleón Bonaparte, que dieron origen a la guerra de la independencia española (1808-1814). La segunda, que tuvo lugar entre 1814 y 1824, se caracteriza por la guerra abierta y generalizada entre los patriotas y los realistas, en la casi totalidad de los territorios americanos bajo dominio español.