Ahmosis I, de la XVIII Dinastía, logró expulsar definitivamente de Egipto a los hicsos y pudo restablecer el gobierno. Sus sucesores, Amenofis I y Tutmosis I, lograron extender las fronteras del imperio e iniciaron una nueva época de esplendor. Luego vino un periodo de confusión que terminó con el gobierno de Tutmosis III, que llevó el dominio egipcio hasta el río Éufrates. Egipto se convertía así en el imperio más importante de Oriente.
Durante los dos reinados siguientes se vivió una época de paz. Amenofis IV llevó a cabo una reforma religiosa que consagraba a Atón como único dios, y por ello trasladó la capital a la ciudad de Aketatón. Su sucesor, Tutankamón, se vio obligado a restablecer el culto tradicional, porque los sacerdotes del dios Amón y el pueblo se opusieron a la reforma anterior. Con Ramsés II la ciudad de Tebas alcanzó una gran prosperidad. Representó el último gran momento de Egipto.
Menefta, de la XIX Dinastía, se enfrentó a los libios y a los pueblos del mar (pueblos de Asia Menor y los aqueos) que amenazaban a Egipto. Ramsés III logró rechazar a estos pueblos y mantuvo la paz por algunos años; pero el imperio ya estaba debilitado y había perdido su influencia en el Cercano Oriente.