No es sorprendente que, durante la última década, las evaluaciones en torno al impacto de las actividades humanas en el medioambiente sean alarmantes. Si bien muchas sociedades han alcanzado altos grados de tecnologización, higiene y alfabetización, entre otros indicadores, la gran mayoría posee una deuda difícil de saldar: el mal manejo y abuso de los recursos naturales.
A continuación, te mostramos algunos indicadores que revelan la sostenida intervención y deterioro de los ecosistemas y sus recursos, conjuntamente con el uso no sustentable de ellos.
– La expansión agrícola, para satisfacer la demanda creciente de alimentos, ha ocasionado un impacto adverso de grandes proporciones sobre los bosques, las praderas y los humedales. La degradación del suelo afecta, por lo menos, a dos mil millones de hectáreas en todo el mundo y a alrededor de dos tercios de las tierras agrícolas del mundo.
– El agua potable es cada vez más escasa en muchos países debido a las actividades agrícolas, que consumen el 70% del agua potable que se usa en el mundo. Sin embargo, solo el 30% del suministro de agua es utilizado realmente por las plantas y los cultivos. Lamentablemente, la cantidad restante es desperdiciada.
– Más de 16.000 especies animales y vegetales (según los informes de la UICN- Unión Mundial para la Naturaleza) se consideran amenazadas y casi 800 se han extinguido debido a la pérdida de su hábitat. Otras 5.000 especies se encuentran potencialmente amenazadas.
– Alrededor del 27% de los arrecifes coralinos del mundo se ha perdido, debido a la intervención directa o indirecta del hombre y a los efectos del cambio climático. Se estima que otro 32% de los arrecifes podría ser prácticamente devastado en los próximos 30 años si no se adoptan las acciones apropiadas.
Explosión demográfica y sustentabilidad
Desde hace unos 150 años, la población humana ha experimentado un crecimiento acelerado. Los progresos científicos y tecnológicos, como la aparición de vacunas para enfermedades consideradas antes mortales, o la potabilización del agua, han beneficiado la permanencia del hombre y la proyección, cada vez mayor, de su esperanza de vida. Las cifras señalan que la población mundial alcanzó los 6 mil millones de habitantes en el año 2000, y que para 2025 aumentará a 8 mil millones.
Sin embargo, el incremento de la población humana, inevitablemente, acarrea considerables problemas medioambientales. Mayores niveles de contaminación y de desechos, utilización indiscriminada de recursos y fuentes energéticas, práctica desmesurada de captura de especies son solo algunas de las actividades que ejercen una fuerte presión sobre la naturaleza.
También el aumento de la población mundial produce un reparto desigual de la riqueza. Así, mientras que en los países industrializados se consume casi el 80% de los recursos, más de la mitad de la humanidad tiene que sobrevivir en condiciones precarias y cerca de un tercio vive en una situación de pobreza absoluta.
Ante estas cifras, resulta poco probable que una nación con problemas de desigualdad y pobreza integre el concepto de desarrollo sostenible a sus tareas prioritarias. Sin embargo, a partir de pequeñas comunidades es posible generar algunos cambios que beneficien tanto el crecimiento de una nación como el cuidado de su entorno. Medidas tales como incentivar económicamente a los campesinos que habitan ecosistemas frágiles a llevar a cabo un uso adecuado de los recursos
con que cuentan, o, bien, implementar planes habitacionales que descongestionen la concentración urbana pueden ayudar a descomprimir la presión ejercida por el hombre en la naturaleza.
También el manejo y reutilización de los residuos residenciales, la modificación de las pautas de consumo por vía legal (como la fijación de impuestos a los combustibles fósiles) y la utilización de nuevas fuentes energéticas facilitan el equilibrio entre la población y el entorno.
Crisis hídrica: necesidad de un uso eficiente
A pesar de que nuestro planeta está conformado en casi 75% por agua, para el hombre este vital elemento constituye un recurso escaso. El agua de mares y océanos no puede ser utilizada para el consumo (debido a su alto contenido salino), por lo que las fuentes aprovechables solo se reducen a las de carácter dulce, alojadas en ríos, lagunas y en enormes bloques de hielo, como los ubicados en los casquetes polares o en zonas como Campo de Hielo Sur, en el extremo austral de nuestro país.
Si a esto le sumamos que la mayoría de los ríos y cursos de agua del planeta están intervenidos y contaminados y que, además, otros se están agotando, percibiremos que las fuentes hídricas con que el hombre cuenta se reducen a una mínima cantidad. Esto no sólo coloca en serio riesgo el mantenimiento de la vida, sino que altera la dinámica de los ecosistemas y detiene el crecimiento económico y social de los países.
Tan solo como ejemplo, podemos afirmar que una comunidad sin agua potable es altamente vulnerable a contraer enfermedades, sobre todo infecciosas. Es lo que ocurre en África, el continente con mayores problemas de abastecimiento y saneamiento de agua, donde día a día mueren niños y adultos por falta del vital elemento (para bebida e higiene).
Por ello, el agua es considerada un elemento fundamental en el desarrollo sustentable de cada región. Su utilización y manejo razonable facilitan la reducción de la pobreza y el crecimiento económico de los países (el acceso a servicios sanitarios y de agua potable son un indicador de desarrollo), así como también el mantenimiento de la integridad ecosistémica.
Según estadísticas de Naciones Unidas, se estima que en los próximos 20 años la utilización del agua dulce por parte del hombre aumentará en casi 40%. Se necesitará, incluso, más de 17% extra de agua para la producción de alimentos destinados a la población. Por lo mismo, las predicciones no son alentadoras, ya que a futuro se espera una gran escasez del vital recurso. Para 2025, el número de personas que enfrentará la falta de agua llegará a los 3.500 millones.
Dentro de las medidas para su uso sustentable destacan:
– En las regiones en que escasea el agua deben preferirse los cultivos que necesitan poca agua o los cultivos de alto valor en comparación con el agua utilizada.Donde resulte apropiado y rentable, es preferible importar aquellos bienes cuya producción necesite mucha agua desde las regiones en que esta abunda.
– Proteger la calidad del agua potable, intensificar el tratamiento de las aguas residuales y promover políticas medioambientales que consideren al agua como un recurso elemental y escaso que hay que preservar.
– Educar a la población para que use de manera eficiente el agua. Sencillas tareas como cerrar la llave mientras nos lavamos los dientes facilitan el aprovechamiento del vital recurso.
Depuración y tratamiento de aguas
Para utilizar y consumir el agua sin inconvenientes, esta debe ser potable. Para ello, debe ser sometida a una serie de procesos físicos y químicos, eliminando las sustancias contaminantes que pudiese contener y desinfectándola para destruir los organismos patógenos.
Para beberla, además, debe cumplir con una serie de requisitos de calidad física, química y biológica. Desde el punto de vista físico el agua debe ser traslúcida, con una turbiedad y color mínimo, mientras que su calidad química se mide al no contener o poseer en baja cantidad elementos tales como amoníaco, hierro, magnesio, plomo y zinc, entre otros.
En el caso del tratamiento de aguas residuales, que proceden de diferentes actividades humanas, el proceso consiste básicamente en la eliminación de los contaminantes disueltos en el agua (tales como nitratos, pesticidas, metales pesados y detergentes, entre otros), mediante decantación, oxidación de la materia orgánica y uso de sustancias químicas.
Si bien a través de estos procesos se logra una efectiva reutilización del vital recurso, es poco probable que se consiga una depuración total, por lo que las aguas tratadas son usadas, generalmente, en labores agrícolas (regadío).
Recursos forestales
Los bosques naturales se están convirtiendo cada vez más rápido en tierras agrícolas o para otro tipo de explotación. La tasa de deforestación mundial durante la década de los 90 se estima en 14.600 millones de hectáreas por año, lo que representa una pérdida aproximada del 4% de los bosques del mundo sólo durante los últimos diez años.
Esta situación no sólo se relaciona directamente con la pérdida de la diversidad vegetal del planeta, sino que también impacta en otros ámbitos. Recordemos que los árboles cumplen importantes tareas, como disminuir la erosión de los suelos, suministrar oxígeno al medioambiente (se estima que, en un año, un árbol exhala el oxígeno suficiente para una familia de cuatro persona) y provee de hábitat y resguardo a especies nativas, entre otras acciones.
Es reconocido que en la mayoría de los países sudamericanos existe un uso inadecuado de los recursos forestales y madereros. Desde el siglo XIX, la explotación de ellos se ha regido por patrones bastante similares a los de la minería, centrándose en la extracción de especies de valor comercial y olvidando el fuerte impacto que esta acción acarrea en los diferentes ecosistemas. La vegetación que no sirve para labores comerciales se talaba y se quemaba, pues desde el punto de vista económico carecía de valor, originando fuertes alteraciones en el entorno natural y en el uso que se le da al suelo. Es así como muchos terrenos que originalmente albergaron importantes formaciones boscosas se transformaron en el sitio ideal para desarrollar tareas agrícolas y/o ganaderas.
Afortunadamente, desde fines del siglo XX se ha instalado con mayor fuerza en la sociedad y desde los gobiernos la preocupación por hacer sostenible la extracción maderera y el uso de los recursos en los ecosistemas forestales, tanto templados como tropicales. Si bien es considerado improbable reducir el agotamiento que hasta hoy hemos hecho (se estima que para compensar la pérdida de árboles de la última década tendríamos que plantar 1,3 millones de km2 de árboles, una superficie cercana a la de Perú), es posible disminuir el impacto en la naturaleza.
Una de las medidas más difundidas es la reforestación de las zonas intervenidas. Esto permite repoblar zonas que en el pasado estaban cubiertas de bosques, con especies que pueden ser autóctonas o con otras introducidas que, incluso, pueden tener uso económico. Esta última situación es la ocurrida en nuestro país durante la década de los 80, cuando comenzó con fuerza la introducción de eucaliptos y pinos y su explotación comercial para sustentar industrias como la de la celulosa. Con apoyo del Banco Mundial comenzó un aumento de las zonas reforestadas, lo que no sólo ayudó a la economía de nuestro país, sino que también permitió la conservación de los bosques originales restantes y facilitó la conservación de los hábitats y el resguardo de la biodiversidad.
Agricultura orgánica
Si bien la agricultura es vista como una actividad en la que se remueve la cobertura vegetal natural y que inevitablemente altera un hábitat específico, en los últimos años se ha desarrollado una técnica menos dañina para el medioambiente, que incorpora elementos naturales para hacer de una extensión de cultivo, una zona de desarrollo económico sustentable.
Esta modalidad es reconocida como agricultura orgánica y, según la FAO, corresponde a un sistema global de gestión de la producción, que fomenta y realza la salud de los ecosistemas, inclusive la diversidad biológica, los ciclos biológicos y la actividad biológica del suelo, empleando métodos agronómicos, biológicos y mecánicos, en contraposición a la utilización de materiales sintéticos.
De esta manera, además de velar por una producción rentable se pone énfasis en la conservación y mantenimiento de las propiedades y fertilidad del suelo, la exclusión de sustancias tóxicas en el proceso agrícola y la constante búsqueda de nuevas alternativas de producción que ocasionen el mínimo impacto al medioambiente, mediante la utilización de abono natural, sistemas de riego especiales, el mantenimiento de algunas especies vegetales naturales que favorecen el crecimiento de los cultivos, el control de plagas de manera natural (introduciendo a los depredadores naturales de las plagas), entre otras medidas.
En nuestro país, se estima que existen, aproximadamente, más de tres mil hectáreas de cultivo consideradas orgánicas, las que se distribuyen entre la Región de Coquimbo y Región de los Lagos. Esta incipiente industria comenzó a desarrollarse en la década de los 70 e inicialmente estaba destinada al autoconsumo y a mejorar el abastecimiento de algunas localidades rurales. Ya en los 80 se crearon organismos que fomentaban esta modalidad de agricultura, exportándose por primera vez, en 1993, una partida de kiwis cultivados orgánicamente.
Actualmente, los cultivos con mayor superficie corresponden a rosa mosqueta, frambuesas, plantas medicinales y espárragos. Lamentablemente, y pese a que su valor comercial se ha incrementado en los últimos años, los cultivos orgánicos no poseen una gran difusión en nuestro país. La falta de fomento desde algunas instituciones y la escasa información, tanto de agricultores como de consumidores (estos últimos, incluso, llegan a confundir este tipo de cultivos con productos transgénicos), han dificultado una proyección más amplia del negocio orgánico.
Manejo productivo de la vida silvestre
El impacto de las actividades humanas en la conservación de las especies silvestres también es un tema involucrado en las políticas orientadas hacia el desarrollo sustentable. Si bien el crecimiento de las sociedades se basa en la extracción de los recursos naturales, ya sea como fuente de materias primas o de alimentos, entre otros usos, esta actividad debe realizarse de manera tal que propicie su utilización en forma permanente (no agotando las especies).
Por ello es útil el reconocimiento de las especies (vegetales y animales) más críticas en términos de supervivencia, sus principales amenazas, las medidas de conservación que se pueden implementar, las zonas de resguardo, etc.
El uso de estos organismos debe comenzar a partir del análisis a fondo que se realice, para que las futuras generaciones los aprovechen de igual manera.
En este contexto podemos señalar el caso de la pesca sostenible, que es una modalidad que intenta arrojar las mismas ganancias económicas conservando la integridad de los recursos y el entorno natural. Considerando la actividad pesquera como una de las explotaciones de especies más abusivas y difundidas, la implementación de algunas medidas resulta necesaria para conservar y manejar adecuadamente la vida marina.
Para ello, se evalúa el estado de las poblaciones y otros aspectos biológicos de las especies que se extraen (como los ciclos reproductivos), definiendo a partir de ellos los límites de explotación y la conservación de los recursos (considerando su regeneración natural). Además, se utilizan las tecnologías de menor impacto ambiental.
Educación ambiental
Ninguno de los puntos anteriores tiene relevancia si la sociedad no toma conciencia del real valor de los recursos naturales y de lo significativo que es el aporte, ya sea con pequeñas iniciativas, de todos y cada uno de los que vivimos en el planeta.
Es por ello que la educación ambiental adquiere gran relevancia en tiempos en los que ciertas especies están al borde de la extinción, algunos recursos (como el agua o ciertos combustibles fósiles) escasean y los ecosistemas se encuentran altamente degradados. Muchos postulan que el concepto surge gracias a la crisis ambiental que afecta hace décadas a nuestro planeta; sin embargo, su utilización y masificación se sitúa a fines de los 60, cuando se genera una conciencia ecológica por parte de la población.
En 1970, la Comisión de Educación de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) definió la educación ambiental como el proceso que consiste en reconocer, valorar y aclarar conceptos con objeto de fomentar destrezas y actitudes necesarias para comprender y apreciar las interacciones entre el hombre, su cultura y su medio biofísico. La educación ambiental entraña también la participación activa a la hora de tomar decisiones y en la propia elaboración de un código de comportamiento con respecto a cuestiones relacionadas con la calidad del medioambiente.
El concepto involucra tanto a los niños como a quienes toman decisiones políticas relacionadas con el medioambiente y el aprovechamiento de los recursos.
Se trata de un proceso de toma de conciencia y entendimiento de la buena gestión que todos debemos hacer del entorno natural y del camino a seguir para alcanzar el crecimiento pleno de la sociedad a partir de la protección, preservación y conservación de los sistemas naturales de nuestro planeta.