Octavio concentró todo el poder, ya que consiguió añadir a los títulos de emperador y cónsul (43 a.C.) el de princeps senatus (28 a.C.) y el de princeps, para abdicar de todos los cargos judiciales y conseguir que el Senado lo nombrara Augustus o Augusto (27 a.C.), lo que le dio una categoría de semidiós y le permitía, con el otorgamiento por parte del Senado, en el 23 a.C., de un imperium perpetuo y superior a todas las magistraturas, completar el círculo de su poder total. Con el Senado en sus manos, las magistraturas bajo su tutela y el respaldo del ejército, Augusto gobernó prácticamente como monarca absoluto.
La pax romana se impuso en el imperio, además, este emperador le devolvió a Roma la moral y las buenas costumbres, restableciéndose la religión tradicional. Augusto llevó a cabo una profunda reforma administrativa, que consistió en la división de las provincias romanas, en senatoriales (administradas por el Senado) y en imperiales (tributaban al emperador). Además, realizó importantes obras públicas y de ingeniería.
Gracias al genio militar de Augusto, el imperio llegó a extenderse de norte a sur, desde el canal de la Mancha hasta el desierto del Sahara y de oeste a este, desde el Atlántico hasta Mesopotamia. Entre sus mayores logros se encuentran: la conquista de territorios asiáticos en el este (entre ellos Judea), el reino de los gálatas (centro de Turquía) y la zona de Hispania (en la península Ibérica); la anexión de Retia, Nórica y Panonia (las actuales Suiza, Austria y Hungría).
El gobierno de Augusto (27 a.C-14 d.C.), denominado por los historiadores como el "Siglo de Oro", inició la primera dinastía de emperadores, la Julio-Claudia (27 a.C. -68 d.C.).
El período de César Augusto fue de gran prosperidad, al igual que el de sus sucesores, los Julio Claudios (14-68 d.C.) –Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón – y los Flavios (69-96 d.C.) –Vespasiano, Tito y Domiciano–, alcanzando su apogeo con los Antoninos (96-192 d.C.) –Nerva, Trajano, Adriano, Antonino, Marco Aurelio, Vero y Cómodo–.
A partir de los emperadores Severos (193-235 d.C.), el imperio fue retrocediendo ante el avance de los bárbaros provenientes del oriente, los persas, y de occidente, los germanos.
Tras un período de anarquía (235-268 d.C.) y el reinado de los emperadores ilirios (268-283 d.C.), llegó al poder Dioclesiano (284-305 d.C.), que llevó a cabo las reformas del principado, convirtiéndolo en una tetrarquía: un sistema de gobierno de cuatro, en el que dos Augustos escogían a dos Césares para que les sucedieran. Sin embargo, este sistema fue abolido por Constantino (306-337 d.C.), con quien el régimen derivó hacia una de tipo oriental.
El gobierno de las grandes dinastías
Muerto Augusto (14 d.C.), quedó un problema pendiente de su sucesión, ya que no había un orden establecido, ni dinástico ni electivo. Así, finalmente Tiberio fue elevado al trono imperial. A este se le reconocen cualidades militares y un pertinente sentido de organización, pero también algunos defectos, como su crueldad y su licenciosa vida sexual. Durante su reinado se crucificó a Cristo.
A su muerte, en el 37, el imperio caería en manos de dos emperadores de triste recuerdo: primero Calígula (37- 41 d.C). y luego Nerón (54-68 d.C.). Cabe señalar que Calígula murió asesinado a manos de los pretorianos, los cuales le dieron el poder a su tío Claudio (41-54 d.C.), quien anexionó las provincias de Mesia, Tracia y Britania. Claudio murió asesinado por su mujer, Agripina, y le sucedió el hijo de esta, Nerón.
Después de Nerón, los jefes militares romanos se apropiaron del poder de elegir al soberano. Así, luego de un año de conflicto (69), conocido como "el año de los cuatro emperadores"- porque cuatro senadores (Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano) se disputaron el cargo-, Vespasiano logró estabilizar el imperio e instalar una nueva línea hereditaria, la dinastía Flavia.
Bajo el gobierno de Vespasiano (69-79 d.C.) se logró la paz, solo hasta que los romanos debieron hacer atender distintos conflictos (en Ponto, Danubio y Britania). Estos finalmente fueron sofocados, pero con un alto costo humano y económico. Bajo su mandato se llevó a cabo un programa de obras públicas en Roma, que incluía el inicio de la construcción del Coliseo y del Foro.
Además, su hijo Tito se tomó y destruyó Jerusalén (70). Tito sucedió a su padre (79-81), siendo calificado como un excelente emperador y un pródigo constructor que embelleció Roma. Tito fue sucedido por Domiciano (81-96).