A fines del siglo XIV hubo un avance hacia una mayor elegancia y refinamiento y aumentó el interés por los motivos naturales. El hombre se hizo consciente de su importancia e influencia en el mundo. Comenzaba el Renacimiento, que pese a que se asocia a Italia, también se desarrolló independientemente al norte de los Alpes, en Alemania y Flandes.
El Renacimiento se caracterizó por una vuelta a la antigüedad clásica y al empleo de materiales nobles, como el mármol y el bronce, y la difusión de temas profanos y alegóricos, en especial el desnudo. Incluso la historia cristiana empezó a contarse desde un punto de vista humano.
Además, la escultura se caracteriza por su expresividad y la perfección de las formas, tanto en el relieve como en las estatuas.
El bajo relieve constituye la clave en la escultura arquitectónica. Su principal progreso se encuentra en el uso de las leyes de la perspectiva redescubiertas por Lorenzo Ghiberti (1378-1455).
Los innovadores fueron Donatello y Verrocchio, aunque, definitivamente, la escultura del Renacimiento es dominada por el genio de Miguel Ángel. Otros escultores que merecen mención son: Jacopo della Quercia (1374/75-1438) y Luca della Robbia (1400-1482).
En este período también se destacó Benvenuto Cellini, gran artista del bronce, autor de «Perseo con la cabeza de Medusa».
Mientras los italianos ponían énfasis en la perspectiva, la luz y el espacio, los artistas flamencos y alemanes estaban más interesados en la descripción detallada del mundo que les rodeaba.
En España, el mejor representante de la escultura renacentista fue Alonso Berruguete.