Como habíamos mencionado anteriormente, el origen del arte renacentista estuvo en Italia, y suele dividirse en tres etapas con los términos italianos Trecento (siglo XIV), Quattrocento (siglo XV) y Cinquecento (siglo XVI).
También sabemos que los artistas renacentistas concebían sus obras según los modelos de la antigüedad clásica.
Sin embargo, le agregaron un cierta idealización. Belleza y armonía conjunta se convertían en un valor que debía representar las reglas naturales: el principio del orden divino sobre las cosas.
Con este concepto, no existía peligro de entrar en conflicto con las ideas fundamentales del cristianismo.
Se estableció un modelo de belleza para las proporciones ideales del cuerpo humano y se clasificaron los estilos clásicos en diferentes tipos.
Estas adopciones sentaron las bases de un arte más científico, caracterizado por la luminosidad y el equilibrio. El estudio de las leyes de la óptica dio como resultado la perspectiva central, que desde entonces y por más de 500 años ha dominado en pintura y escultura.
Durante el Renacimiento también cambió la condición del artista, que dejó de ser un artesano insertado en un gremio.
Los principales artistas fueron acogidos por las clases altas y surgió el concepto de artista en el sentido moderno, libre y entregado conscientemente a la expresión de sus actitudes personales y puntos de vista propios.
Genio universal
Leonardo da Vinci (1452-1519) era florentino y fue escultor, arquitecto, físico, ingeniero, matemático y pintor.
Nadie fue tan curioso como él; quería aprenderlo todo y lo había estudiado todo. Dejó numerosos manuscritos, ilustrados con gran cantidad de dibujos. Proclamó en materia científica la necesidad de la observación y de la experiencia, siendo uno de los precursores de los sabios modernos.
Da Vinci fue el modelo del hombre renacentista, un genio solitario que abarcó variadas facetas del conocimiento.
Su constante interés por aprender la anatomía humana, el mecanismo de vuelo de las aves y la estructura interna de animales y plantas no le permitió producir una extensa obra pictórica.
Además, también fue músico, filósofo, escritor, poeta, y autor de importantes estudios en materia de fisiología, química y medicina general.
Pero Leonardo debe su fama sobre todo a sus pinturas, en las que reveló admirables dotes de dibujante, un gran sentido de la composición, un perfecto manejo de la luz y la sombra y una notable perspectiva.
Pintó numerosos frescos y óleos. Entre los primeros se destaca la Última cena, que ocupa la pared del fondo del refectorio del convento de Santa María de las Gracias, de Milán.
Resaltando sobre la ventana central, aparece la figura de Cristo que acaba de pronunciar las palabras: «En verdad les digo, uno de ustedes me traicionará».
Entre los óleos del artista florentino sobresale el retrato de la Gioconda (Mona Lisa), famoso por su delicada factura y su inigualada expresión, prueba de su singular penetración sicológica.
A diferencia de otros artistas del Renacimiento, Roma disfrutó muy poco de él, pues fue llamado por el rey Francisco I de Francia para viajar a ese país, donde finalmente falleció.
Talento extraordinario
De Miguel Angel Buonarroti (1475-1564), nacido en Florencia, se dice que fue el genio más completo del Renacimiento y del mundo. Él reflejó el poder creador y concibió varios proyectos inspirándose en el cuerpo humano como vehículo esencial para la expresión de emociones y sentimientos.
Era hijo de una familia aristocrática, pero desde siempre manifestó habilidades e interés por el arte.
Se definía como escultor y tenía absoluta razón, pues es considerado uno de los más grandes escultores en la historia de la humanidad, y dominó por completo la Italia del siglo XVI.
Sin embargo, también fue pintor eminente, gran arquitecto, ingeniero, poeta, hombre de ciencia apasionado por la anatomía y fisiología.
En la escultura, sus obras más notables, entre otras, son: en Roma, la Pietá, donde aparece la Virgen sosteniendo el cuerpo muerto de Cristo en su regazo; el colosal Moisés, realizado para la tumba del papa Julio II.
Los primeros ejemplos escultóricos de Miguel Angel, como el David, revelan una gran habilidad técnica que le facilitarían posteriormente el curvar sus figuras helicoidalmente (como una espiral).
Como arquitecto, levantó los planos de la prodigiosa cúpula de la basílica de San Pedro, en Roma, que había iniciado Bramante, con un ancho de 42 metros y una altura de 123 metros, considerada la más grande del mundo.
Sin embargo, una de las mayores glorias en el arte la alcanzó al decorar con pintura al fresco el techo y los costados de la Capilla Sixtina, situada en el palacio del Vaticano.
Encerrado en ella y sin dejar nunca sus llaves, en 20 meses pintó solo el Génesis, desde la creación del hombre hasta el diluvio, y el gran fresco del Juicio Final, de 20 metros de altura por 10 de ancho, probablemente el más extraordinario de la pintura universal.
Lo que caracteriza el genio de Miguel Ángel es la fuerza y la gravedad. De toda su obra se desprende una impresión de poder y muchas veces de tristeza. Todos sus personajes son de proporciones más que humanas, con músculos notables en exceso.
El divino
Rafael Sanzio (1483-1520) era hijo de una familia de pintores. A los 25 años fue llamado a Roma para trabajar para los papas, siendo el primero que lo requirió, Julio II.
Casi inmediatamente produjo sus obras más acabadas, tales como los frescos de las Stanze o cámaras del Vaticano, la Escuela de Atenas, en el que representó juntos, en amena conversación, a diversos filósofos, artistas y hombres de ciencia, tanto de la antigüedad como contemporáneos suyos, dispuestos en un gigantesco escenario de recuerdos grecolatinos. También pintó el Parnaso, que resume la historia de la filosofía y la Disputa del Santísimo Sacramento, que sintetiza la historia de la iglesia y de la cual se ha dicho que es la más alta expresión de la pintura cristiana.
Con todos esos antecedentes, Rafael, llamado después el divino, fue, en particular bajo el papado de León X, nombrado como ministro y ordenador supremo de las Bellas Artes en la corte pontificia.
Encargado de dirigir las construcciones de San Pedro y del Vaticano, no por eso dejaba sus trabajos como pintor, incursionando también en los cuadros de caballete.
Sus temas a veces eran religiosos, como la Santa Familia y la Madona de San Sixto, y en otras ocasiones mitológicos, como el Triunfo de Galatea o la Historia de Psyché. Falleció a la edad de 37 años.
Rafael ejemplificó el espíritu clásico de la armonía, la belleza y la serenidad.