Para disfrutar de las vacaciones de invierno, fuimos a un lugar lejos de la ciudad en la que vivo. Fuimos a Córdoba, al zoológico.
Fue allí donde conocí a Florencia. Con ella, recorrimos todo el zoológico y vivimos una cómica aventura.
Pasamos por la jaula de los leones. Sentí mucha emoción. Son tan lindos y tan tiernos que me dan ternura. Más allá estaban los monos. ¡Que alegría contagian!. Son tan ágiles y viven tan felices que me encantan. Fuimos también a ver a los pájaros, mis oídos se contentaron con su canto. A lo lejos, unas jirafas altas y esbeltas nos llamaron la atención. Son tan altas, que dan ganas de ser como ellas y así tocar el cielo con las manos.
Después de tanto caminar, mi amiga y yo nos perdimos en un misterioso laberinto. No sabíamos cómo salir de allí. Buscábamos la salida, gritábamos pidiendo ayuda, pero nadie nos escuchaba. Estábamos solos en ese laberinto, con mucho miedo y muchas ganas de salir y encontrarnos con nuestros padres.
En ese momento, llegó un señor y nos ofreció ayuda. Era un policía que cuidaba de la gente que visitaba aquél zoológico. Él nos explicó cómo encontrar la salida, y así reencontrarnos con nuestras familias.
A partir de esta aventura, cómica, pero llena de miedo, aprendí que tenemos que estar al lado de nuestros padres todo el tiempo y no alejarnos de ellos. De esta forma, nada nos puede pasar.
Por: Juanchi Manassero. De Río Cuarto, Córdoba, Argentina.